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El debate político en Estados Unidos se ha convertido en un terreno donde las contradicciones parecen ser el pan de cada día. Entre quienes atacan a Trump y defienden a Biden, encontramos situaciones que podrían describirse como, cuanto menos, curiosas.

Por un lado, los detractores de Trump suelen acusarlo de ser divisivo y polarizante. Sin embargo, muchos de estos críticos no tienen reparos en utilizar un lenguaje igual de incendiario para descalificar a quienes lo apoyan. Frases como «los seguidores de Trump son una amenaza para la democracia» se han convertido en un mantra que, irónicamente, no hace más que profundizar la división que tanto critican.

Por otro lado, los defensores de Biden lo presentan como un líder empático y moderado, el antídoto perfecto contra el caos trumpista. Sin embargo, cuando se trata de justificar decisiones cuestionables de su administración, como el manejo de la retirada de Afganistán o las políticas migratorias, el discurso se vuelve más flexible. “Es complicado” o “se está haciendo lo mejor posible” son frases recurrentes, aunque esas mismas personas habrían exigido explicaciones más contundentes si el presidente siguiera siendo Trump.

Quizás lo más saludable sería admitir que ni Trump es un villano de caricatura ni Biden es el salvador inmaculado que algunos quieren imaginar. Si dejáramos de idealizar o demonizar a nuestros líderes, tal vez podríamos empezar a tener conversaciones más productivas. Mientras tanto, seguimos atrapados en un juego de espejos, donde cada crítico parece olvidar que la contradicción también le mira desde el reflejo. 

No olvidemos una cosa, se ha elegido a Trump como presidente de los EE.UU. y por tanto hará lo que deba pensando en lo que quiere para los norteamericanos. Haríamos bien los europeos y especialmente los españoles en tener esto claro y en pensar, si es hora de hacer lo mismo. Pensar en los españoles digo, no en otros…

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