El 22 de agosto de 2018 el Gobierno expulsó a 116 migrantes desde Ceuta a Marruecos. A las pocas horas, Alice Weidel, candidata en las elecciones federales por Alternativa por Alemania, escribió en su muro de Facebook: «España nos muestra el camino. 116 delincuentes africanos expulsados de inmediato». En diciembre de 2024, Emmanuel Macron, con el apoyo y aplauso de Marine Le Pen, aprobó una ley sobre emigración que solo contó con el rechazo consistente de la extrema izquierda. El 8 de septiembre pasado, pocos días después de las elecciones en Turingia y Sajonia, el Gobierno progresista alemán anunciaba controles en todas sus fronteras, «reforzando la seguridad interior y manteniendo nuestra línea dura contra la migración irregular ante la enorme presión migratoria que sufre y para protegerse del terrorismo islamista». En esos mismos días, el primer ministro británico, el laborista Keir Starmer, elogiaba a Giorgia Meloni y su modelo para combatir la inmigración irregular. Como Feijóo. Meloni, por esos milagros de la reubicación política, que tan poco dicen acerca de nuestra limpieza intelectual, se ha convertido en el nuevo faro que nos guía. Sí, Meloni, esa misma que, en un mitin de Vox en Marbella, proclamó aquel inequívoco: «Sí a la universalidad de la cruz».

Vaya por Dios, ahora que disponíamos de una inequívoca tinción de Golgi para detectar la presencia inequívoca de gérmenes derechistas, el reactivo deja de funcionar porque no es capaz de identificar, para decirlo al modo de los lógicos escolásticos, la differentia specifica que nos permite distinguir a los fachas. Todos salen de color azul. ¿Y qué haremos sin la extrema derecha? ¿Y con la consigna «no se puede pactar con la extrema derecha»? Si hasta el revolucionario Otegi justifica su reclamación de soberanía para poder gestionar la emigración: «Es una de las grandes competencias que deberíamos recuperar (sic), entre otras cosas porque formamos parte de una nación que tiene su identidad nacional en riesgo». Él se lo pide a Sánchez. En los días de la Transición, el tan elogiado Trías Fargas, líder de Convergència i Unió, que sabía quién manda, acudió directamente al embajador de EEUU, Wells Stabler, para «comentarle» la urgencia de expulsar a los catalanes de origen andaluz, según consta en los cables de la embajada. Lo ha contado Jorge Urdanoz en su libro de 2024 La Transición según los espías.

Una enseñanza práctica: la próxima vez, antes de aplicar a otros la etiqueta de extrema derecha, piénselo dos veces. Podría estar hablando de los suyos con dos meses de anticipación.