Unidad, nación, soberanía

«El patriotismo es una virtud moral, y no es suficiente.«

Hughes .- ABC

Aunque hay asociaciones, fundaciones y personas dignas de aplauso dedicadas a algo parecido, urge en España la creación de un movimiento nacional alrededor de tres conceptos: la unidad, la nación y la soberanía. La palabra movimiento remite a algo dinámico, expansivo, popular, aglutinador, creciente, y las tres palabras serían tres momentos de ese movimiento.

Primero, la unidad, que no basta con defender en momento numantino urgentísimo, habría que dotarla de sentido, hacerla suelo y fundamento de algo.

Segundo, la soberanía, el poder, que debe ser recuperado de manos de organismos y países extranjeros, partidos políticos y oligarquías. Esta ‘reconquista’ se enfrentaría al propio Estado, que somete, y no al contrario, a la nación. Esa tercera palabra, nación, nos lleva a un momento revolucionario: la soberanía debe ponerse en sus manos.

Desembocaríamos en una forma de nacionalismo, pero no con el ‘ismo’ inflamatorio, años 30, que siempre denuncian los enemigos de la nación, sino con un sentido de doctrina, propensión, dedicación… pues la nación debería ser recuperada como sujeto político, pero también defendida, explicada, proyectada, matizada y articulada políticamente por la vía de la elección popular del presidente y, por otro lado, del diputado de distrito en elecciones legislativas. La Nación como contrapeso al Estado, expresada, a su vez, en dos poderes distintos y separados. ¡Ser nacionalistas a fuer de demócratas! La nación como condición necesaria de democracia. También por un sentido instrumental, porque las próximas arremetidas del independentismo vendrán disfrazadas de eso, de democracia; ese será su argumento.

El patriotismo es una virtud moral, y no es suficiente. Es necesario implicar, estimular, incentivar a la gente. Tiene que haber también un momento contractual: pedir participación a cambio de dar poder: usted podrá decidir más de lo que decide.

Esta iniciativa debería estar por encima de ideologías, quedarse en el instante previo (el poder español y su organización) para que luego se pueda discutir todo lo demás en nuevas condiciones de libertad. Tampoco se pueden ganar todas las batallas, todos los debates, y menos ahora. Si lo fundamental es la cuestión nacional, lo ideológico debe sacrificarse, también la organización territorial. Este nacional-democratismo español no debería identificarse con el centralismo, ni con forma administrativa alguna y debería estar abierto, incluso, a la singularidad de partes de España.

El movimiento, abierto a izquierda, derecha y exteriores al sistema, debería ser un lugar de excelencia española y no de zascandileos ni arribismos: hidalguía, sacrificio, lealtad, y un quijotismo exigente que nos proyecte desde la región hacia la universalidad hispana, hacia ideales ‘Españas’, que nos libere del ensimismamiento y nos abra al mundo. Todo esto no es fácil, pero lo necesitamos.

 

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