IDEAS
Reconstruyendo la izquierda
Entrevista a Manolo Monereo.
Miguel Riera.- El Viejo Topo
De la izquierda de antaño pocas trazas quedan. Ocasionalmente da señales de vida, pero será difícil que se recomponga y abandone su extravío. Sin embargo, ha habido en tiempos no lejanos momentos en que se pensó que se podían asaltar los cielos, y quizá faltó poco para ello. De ello, y de la perspectiva de reiniciar la lucha es de lo que trata esta conversación.
—Podríamos empezar esta conversación comentando algunos de los últimos acontecimientos y su relevancia en la política del momento. Por ejemplo, ¿qué opinas del resultado de las elecciones en Reino Unido?
—La respuesta no es fácil, porque el partido laborista no es el partido laborista de antes, que estaba mucho más a la izquierda. Este es mucho más moderado, más del establecimiento, muy marcado por el vínculo atlantista y la dependencia de Estados Unidos. Pero es visible un rechazo, una reacción ante las políticas del gobierno. Se rechaza lo que hay y se escoge lo que se tiene más a mano, que es justamente el partido laborista, sabiendo que el partido laborista es una alternancia, no una alternativa a las políticas dominantes en el occidente colectivo y específicamente diseñadas por Estados Unidos.
—¿Qué papel puede haber jugado en esta pérdida de voto la posición del gobierno británico en relación con Gaza?
—Creo que es muy importante. El rechazo procede de dos factores. Uno interno, pues las políticas neoliberales predominantes en Gran Bretaña siguen perjudicando a la mayoría social, a las clases trabajadoras y al salariado en general. Pero también se ha hecho visible el enorme hartazgo del doble rasero y las políticas de apoyo al Estado de Israel, que lo único que hacen es justificar el genocidio. Pocas veces en la historia de la humanidad se ha podido contemplar día a día la masacre de un pueblo. Pocas veces hemos podido ver como las clases dirigentes del occidente colectivo apoyan impertérritamente las políticas del Estado de Israel que culminan en una masacre.
—Efectivamente, el gobierno británico es de un belicismo notable. Lo hemos visto en Ucrania, y lo vemos ahora en Gaza.
—El mundo anglosajón es parte del centro dominante del occidente colectivo y en él juega un gran papel el gobierno conservador británico. Está lo de Gaza, pero también lo de Ruanda. Esta idea de ir mandando los inmigrantes sobrantes a Ruanda, usando el tercer mundo y África como mecanismo para redistribuir la emigración supone una sofisticación imperial muy propia de lo que ha sido la cultura dominante en Gran Bretaña. En definitiva, lo que está ocurriendo tiene mucho que ver con la decadencia política, moral y cultural del occidente colectivo.
—Se han producido protestas en las universidades norteamericanas en relación con el genocidio en Gaza. ¿Qué esperas de esas protestas y de su posible impacto en la política interior norteamericana?
—Quizás todavía es pronto. Hay quien piensa que se parecen mucho a la respuesta que dieron las universidades en la época de Vietnam. Yo creo que todavía eso no está claro. Pero lo que sí demuestra es que una parte de la población norteamericana está en desacuerdo profundo con las políticas bipartidistas que de una u otra manera legitiman las políticas de Netanyahu. Gaza es la guerra del occidente colectivo en decadencia. Es la desesperación del occidente colectivo ante su pérdida de hegemonía, ante su pérdida del control de las relaciones internacionales y está actuando con la violencia característica de los imperialismos europeos y estadounidenses que han asolado los tres continentes y contra los que ahora se están movilizando esos continentes.
—Sí, tras la guerra de Ucrania el movimiento hacia la multipolaridad se está acelerando…
—La tendencia hacia un mundo multipolar es cada vez más fuerte y frente a eso lo único que vemos es represión, militarización de relaciones sociales e internacionales y, por si fuera poco, un estrechamiento sin precedentes de las libertades públicas. Lo que está pasando en todas partes es que la protesta cívica y ética de una gran parte de la humanidad ante el genocidio de Gaza está siendo respondida con leyes de excepción que de una u otra manera significan represión, cárceles y mecanismos que restringen las libertades públicas.
—Hace unos años, el “contagio” en las universidades españolas hubiera sido inmediato, y la sociedad civil se habría manifestado mucho más enérgicamente. Hoy nos está costando más expresar nuestro rechazo. ¿Qué nos está pasando?
—Creo que hay que considerar varios elementos. El primero, tú has hecho referencia al pasado, y creo que te refieres a cosas como las marchas de la dignidad, a las distintas formas y mecanismos que han empleado por un lado los trabajadores y por otro lado las capas medias, los estudiantes, los universitarios, a eso que fue el 15M. Y el 15M ha fracasado de una manera notoria. Finalmente se ha puesto en evidencia que ese movimiento no ha tenido una representación política solvente y eso ha implicado una desmovilización social espectacular. Eso para mí es el primer elemento. Es decir, todavía vivimos ese fracaso. En segundo lugar, creo que lo que sucede tiene que ver también con la pandemia.
—¿Con la pandemia?
—La pandemia ha hecho que las sociedades sean más sumisas, más disciplinadas, y que las sociedades sigan las directrices del poder prácticamente sin discusión. Las sociedades ahora son más pasivas, tienen mucho miedo, muestran una enorme inseguridad ante el futuro y por lo tanto la movilización hoy por hoy no es ya una alternativa. Y luego hay un tercer elemento que tiene que ver con en gobierno actual y con la polarización política que se vive en el país.
—¿Crees que el clima político que vivimos conduce a la sumisión?
—La gente, sobre todo la que se ha referenciado en la izquierda, vive este momento de una manera un poco compleja. Por un lado sabe que este gobierno no hace política realmente de izquierda, que no es lo que dice ser, pero por otro lado tiene mucho miedo a las derechas, a que las derechas favorezcan una involución política, social y cultural. La actual polarización refuerza el apoyo pasivo al gobierno porque no hay alternativa por la izquierda y la única alternativa visible es una derecha cada vez más dura, con un perfil cada vez más autoritario y antidemocrático, y eso hace que la población perciba esta situación como un momento muy delicado.
—Tan delicado que parece que ha afectado a la moral de Pedro Sánchez, si es que nos creemos las razones que aduce.
—Y después de la dimisión frustrada y frustrante de Pedro Sánchez esto se ha acentuado aún más, y veremos qué pasa en las elecciones europeas. Dicho de otra manera que tiene mucho que ver con lo que antes hemos hablado de Gran Bretaña: nos movemos entre lo malo y lo menos malo, nunca entre lo malo y lo bueno, y las sociedades saben que la alternativa real a estos gobiernos es lo malo, es la derechización. La gran fuerza que tiene nuestro gobierno es el miedo a las derechas más que por tener un proyecto propio. Esa contradicción la viven las personas y hace que, por decirlo así, que tengan que elegir un voto estratégico, pero lo hacen sin entusiasmo, sin compromiso, porque no se ven reflejadas realmente en este gobierno.
—Hoy, más allá del gobierno parece haber poca cosa. Entonces ¿dónde está la izquierda hoy en España?
—Hoy no existe una izquierda política. Lo diré de otra manera: hoy vivimos en la polarización entre una derecha que es cada vez más de derechas y una izquierda que no es realmente de izquierda y que no cuestiona los fundamentos políticos y económicos de este sistema. Una izquierda que ahora tiene una dificultad mucho más grande que hace unos años y es que el referente de la izquierda en España nos guste o no, y a mí no me gusta, es Pedro Sánchez, es decir, el Sanchismo.
—Bueno, eso suena bastante fuerte… y bastante real.
—Sánchez se ha convertido en la izquierda española, como en una época ya pasó con Zapatero, y en una época ya un poco más lejana y diferente con Felipe González, aunque nunca con tanta rotundidad. Ahora quien controla la agenda, los ritmos y las fórmulas fundamentales de la política que teóricamente hace eso que se llama la izquierda, es Pedro Sánchez, y frente a eso no hay nada es decir. Izquierda Unida vive una crisis espectacular, Podemos está buscando una identidad al margen de lo existente y por otro lado Sumar es algo así como una nueva versión, algo más edulcorada, de la Nueva Izquierda que combatió a Julio Anguita. Eso es lo que hay. No hay mucho más. Sigue habiendo una izquierda social y cultural pero que no tiene quien la represente, y que tiene que apoyar a un gobierno, el de Pedro Sánchez, sin mucha convicción y con poco compromiso, porque vive atemorizada por la presencia maciza, dura, clara de las derechas más o menos unificadas.
—¿Y en Europa?
—Vivimos un momento muy delicado, en el que la izquierda en casi toda Europa carece de protagonismo real, y eso se va a ver en las próximas elecciones europeas. La izquierda poco a poco va desapareciendo, también del sur de Europa. Ha desaparecido prácticamente de Italia, en Grecia vive una situación dramática, en Portugal ya están las derechas gobernando y la izquierda en un proceso de convertirse en fuerzas residuales… ese es el signo de los tiempos en la Unión Europea y en los países que de alguna u otra manera están en ese proyecto.
—Hay algo que yo creo, que no sé si tu crees y que tal vez si lo creyeras no querrías confesarlo. Pero te lo preguntaré: ¿crees que la izquierda española está en fase de extinción?
—Sí, creo que sí.
—Existen, sin embargo, gentes de izquierda, existe pensamiento de izquierda ¿cómo se puede armar de nuevo? ¿cómo se puede reconstruir esa izquierda?
—Contando con lo que hay. Incluso contando con parte de esa izquierda descafeinada que ha ido perdiendo espolones en el ejercicio del poder. No me refiero al PSOE, sino a lo que estaba a su izquierda, a lo que de una u otra manera fue Izquierda Unida, la IU de Julio Anguita, a la izquierda que de una u otra manera formó el grueso de Podemos y que terminó organizándose en Unidas Podemos, que no se nos olvide que era una fuerza política enorme, con más del 20% del voto y con más de 71 diputados; no estamos hablando de cosas pequeñas. En España, cuando se habla del fin de la izquierda que hemos conocido, hay que recordar que durante unos años España fue un ejemplo a seguir y que los fenómenos políticos y culturales que se dieron en España sirvieron de aliciente para la izquierda no solo europea sino también a nivel mundial y específicamente en Latinoamérica.
—Pero fue una izquierda-geiser, y ahora mismo el geiser está apagado. ¿Cómo sucedió?
—Por lo que podemos llamar el politicismo de esta izquierda. Tiene que ver básicamente con Podemos y sus dirigentes, que en un momento muy concreto llegan a la conclusión de que tienen que tocar poder y gobernar con el PSOE, fijan ese objetivo y aplican para lograrlo todos los recursos políticos de que disponía en un momento de construcción de la alternativa en que ya se estaban disolviendo miles de círculos. Era un momento en que la izquierda no acababa de sintonizar política y orgánicamente con una base electoral y social muy amplia. Es un momento político decisivo, pues se decide gobernar con el PSOE y se ponen para ello todos los recursos disponibles. Eso fue liquidando a Unidas Podemos, que perdió la mitad de su representación, una gran parte de su voto y, lo que era peor, perdió vínculos sociales, perdió mecanismos territoriales de relación con la ciudadanía, se convirtió en un partido cártel, un partido que era básicamente un grupo institucional con un aparato de comunicación y financiado por los presupuestos generales del Estado
—Una forma de partido que de una u otra manera sirvió de referente a lo que luego se fue articulando en Sumar…
—Todo eso es lo que de una u otra manera hoy está en crisis. Ese politicismo ciego que ha estado controlando la vida política de la izquierda ha determinado su futuro, y la realidad de hoy es la terrible desaparición electoral, la pérdida de base social y la ruptura de vínculos orgánicos con los territorios y con la ciudadanía. Hay que partir de esta perspectiva, de que ha sido derrotada, para entender lo que está pasando. Un elemento crucial es que ha sido una izquierda sin estrategia, que no ha sido capaz de entender nunca que el mundo estaba girando, que la crisis del 2008 anunciaba una larga, penosa y difícil lucha entre dos mundos: un mundo viejo del viejo orden unipolar dirigido por los Estados Unidos y un orden multipolar en emergencia que de una u otra manera va apareciendo como alternativa en todas partes. Nuestra izquierda se quedó viviendo en lo que podíamos llamar el triunfo de occidente, viviendo en las compatibilidades de la Unión Europea, de la OTAN y asumiendo la dependencia de Estados Unidos, y no se dio cuenta de que el mundo estaba cambiando de base y que las políticas que había hecho la izquierda hasta ese presente tenían que reformularse. Fue apostar por gobernar, apostar por tocar poder, lo que la llevó a ser la izquierda subalterna, la izquierda complementaria del Partido Socialista. Eso ha llevado prácticamente a la desaparición de esa izquierda y sobre todo a dejarla sin base social, orgánica y sin presencia activa en los territorios y sobre todo sin el compromiso político de una gran parte de la población que ya está actuando como si esta izquierda no existiese.
—Ciertamente, tras no haberse producido el sorpasso y ante la posibilidad de entrar en el gobierno, fuimos pocos los que opinamos que era un error entrar y que era mucho mejor mantenerse apoyando y condicionando desde fuera. Pero en cualquier caso fue una opción estratégica, legítima, que Podemos eligió, y pienso que ese error estratégico por sí solo no explica completamente el cambio de perspectiva de la izquierda. Creo que también hay aquí un cambio cultural de base, que ha alejado a la clase obrera y a las clases trabajadoras de esta izquierda, un cambio cultural que proviene de Estados Unidos y que ha entrado a través de las universidades y de las capas medias. ¿En qué medida crees que eso es cierto?
—¿Que ha habido un cambio cultural en la izquierda que ha conducido a una cierta forma acomodaticia de hacer política? Empiezo por la parte primera de tu planteamiento, lo de gobernar. Porque ahora, los protagonistas de la derrota también van contando su historia. ¿Por qué hicieron lo que hicieron? Y conviene no olvidar que los que nos opusimos a gobernar con el PSOE no lo hacíamos ni por sectarismo, ni por miedo a gobernar, ni siquiera por miedo, como decía algún dirigente, de tocar la mierda con las manos. Nunca fue por eso. Para muchos de nosotros, para ti y para mí, que lo discutimos y lo publicamos ya hace mucho tiempo, la clave de la unidad estriba siempre en la correlación de fuerzas. Y esa correlación de fuerzas no daba entonces para gobernar con el PSOE, por tres razones básicamente. La primera, porque el Partido Socialista seguía siendo el partido del sistema y programáticamente no iba más allá del social-liberalismo.
En segundo lugar, que las fuerzas que estaban definiéndose en Unidas Podemos eran todavía muy débiles orgánicamente, muy débiles ideológicamente, con una falta muy real de organicidad entendida como influencia, organización y resortes político-morales hacia la mayoría social. Y en tercer lugar, y es algo que merece la pena subrayar, la dirección política que estaba en torno a Unidas Podemos era también muy débil, estaba muy dividida y sin una estrategia definida.
Es decir, para ir a una alianza política y no terminar siendo disueltos en esa alianza, con pérdida de autonomía y de referencias político-morales, era fundamental tener una fuerza real, organizada, presente, activa, ideológicamente solvente y coherente.
—Y eso no lo había…
—Eso no lo había. Por eso nos opusimos a gobernar con el PSOE. Claro, detrás de esto había, insisto, una debilidad ideológica, debilidad político-cultural, en el núcleo dirigente que de una u otra manera se hizo cargo de la situación y controló hasta el último resorte de lo que fue Unidas Podemos. Y ese núcleo dirigente, lo que tenía en su seno, y eso se vio sobre todo en las políticas que se hicieron en torno al feminismo, era un núcleo woke, era una izquierda woke. Una izquierda que de una u otra manera había heredado de la posmodernidad un dispositivo político-ideológico que ya no se centraba en organizar a los trabajadores en torno a una propuesta de superación socialista de esta sociedad, sino en torno a sumar un conjunto heterogéneo y contradictorio de reivindicaciones identitarias que no iban nunca a ser capaces de constituirse en una alternativa al social-liberalismo dominante, y que iba separándose cada vez con más fuerza del grueso de las clases trabajadoras, que no solo no entendían esta política, sino que crecientemente se oponían a ella.
—Completamente de acuerdo. Pero hubo más contradicciones…
—Sí. Un aspecto central también era, y lo sigue siendo, lo concerniente a la idea del Estado-Nación, y lo que se ha venido llamando la cuestión nacional. Cuando surge como elemento central, cuando el eje izquierda-derecha desaparece entre aquellos que de una u otra manera estaban por eso que luego se llamó apoyar los procesos de segregacionismo y de secesionismo político, se produjo un cambio del mapa político a derecha e izquierda, y la izquierda española quedó en tierra de nadie, incapaz de resolver políticamente un problema históricamente pendiente, entre otras cosas porque esa izquierda había hecho de la crítica a lo que podemos llamar los fundamentos políticos del Estado-Nación una parte central de su política, y había acabado siendo una parte yo diría que bastante subsidiaria en este proceso que se ha llamado de integración europea y que al final nos convierte en sujetos pasivos de unos poderes económicos que cada vez tienen mayor influencia en nuestra vida pública.
—Y en ese tiempo va tomando fuerza un discurso de extrema derecha…
—En ese momento aparece una contraposición –que a mi juicio denota una falta de profundidad intelectual alarmante– abstracta, genérica, entre fascismo y democracia y en la que al final la lucha contra el fascismo es simplemente la defensa de esta democracia, cuando lo verdaderamente importante es la contraposición entre el enorme poder que ha venido ejerciendo una clase dirigente, empresarial, financiera, transnacional, y las democracias constitucionales, las democracias que hemos conocido después de la segunda guerra mundial. La contraposición es entre capitalismo y la democracia realmente existente, entre las fuerzas cada vez más depredadoras de este capitalismo transnacional que pone límites a la democracia y unas democracias con cada vez menos poder, con la soberanía popular en retroceso y lo que es peor, con unas clases trabajadoras que a menudo, ante esta situación de pérdida de referente y de norte político, acaban apostando por la extrema derecha.
—Crisis política, crisis de valores… antes comentabas que el mundo tiende cada vez más a constituirse en multipolar, y sabemos que ese viaje multipolar implica la lucha entre bloques de poder, bloques económicos, búsquedas de hegemonías… me pregunto si no estamos también ante modelos culturales diferentes, no solamente ante modelos sociales y económicos diferentes. ¿Qué opinas de eso?
—Creo que sí, creo que lo que Wallerstein llamaba la geocultura cada vez aparece con más fuerza entre nosotros. Quizás la parte más visible de la contradicción de culturas que estamos viviendo es la visibilidad de la crisis, clara, diáfana, de la hegemonía norteamericana, entrecruzada con lo que podemos llamar la crisis del occidente colectivo, la crisis del dominio político cultural que el occidente colectivo ha ido ejerciendo sobre el conjunto del planeta durante cinco siglos. Este entrecruzamiento de una crisis cultural profunda con una crisis de hegemonía imperial caracteriza de una forma nueva a los problemas internacionales que la izquierda no ha resuelto, precisamente porque su derrota cultural es impresionante y porque ya no posee los fundamentos teóricos, ideológicos, discursivos capaces de situarla en posición de vanguardia frente a los nuevos problemas que van surgiendo.
—Problemas… y guerras. Las distintas izquierdas tienen opiniones muy diferentes ante los dramáticos acontecimientos contemporáneos.
—Es chocante la incapacidad de las izquierdas europeas para entender qué ha pasado en Ucrania realmente, y cuál es la naturaleza del conflicto entre la OTAN y Rusia. En su mayoría no son capaces de entender las connotaciones que tiene el genocidio en Gaza con el colonialismo europeo, y no son capaces de entender los conflictos que estamos viviendo en África y en concreto en el Sahel. No se dan cuenta que lo que está pasando en este mundo multipolar es que los que hasta ahora no han tenido voz, que no han tenido protagonismo, los que hasta ahora han sido objeto, y no sujeto, de la historia, hoy quieren que su voz, su proyecto, su cultura sea tenida en cuenta en un momento de redefinición de los poderes a nivel global, y eso ha pillado a la izquierda europea en situación de subalternidad ideológica, incapaz de entender cuestiones que por su tradición política debería entender, y sin embargo hoy la tenemos ahí, por un lado lloriqueando sobre lo que pasa en Gaza pero sin una posición clara y diáfana, y por otro lado sin entender que lo que está en crisis no es solo el imperialismo norteamericano, lo que está en crisis es el occidente colectivo, su cultura, sus valores y sobre todo el enorme control que ha ejercido durante 500 años.
—Dices que la izquierda europea no tiene la capacidad de entender lo que está ocurriendo… y tampoco la española.
—Tampoco. Hoy los referentes españoles de la izquierda son Sánchez, Sánchez, Sánchez. Sin embargo, se ha construido en torno al imparable ascenso de China, a lo que está sucediendo en Ucrania, al conflicto con Irán, Israel, Oriente Medio, etc. se ha construido en Occidente un determinado relato y eso nos lleva también al tema que apuntabas al principio de esta conversación, de que la construcción del relato implica necesariamente un recorte de libertades. Eso ya lo estamos viendo concretamente sobre temas específicamente españoles, además de sobre los temas generales que nos conciernen.
—Está claro que se ha impuesto un relato dominante –aunque tiene grietas– en relación con la guerra de Ucrania. Con Gaza no ha sido posible construir un relato semejante debido a las atrocidades que comete Israel, pero se está ya construyendo un relato en torno a Taiwán, en torno a China, con aspectos incluso tan disparatados como la identificación de TikTok como agente de espionaje internacional, y cosas así. ¿No crees que el intento de mantener un relato que aleje la idea de Occidente como entidad postcolonial todavía se mantienen?.
—Están en ello. Yo creo que lo de Gaza tiene un contenido simbólico enorme. Es decir, que se admita colectivamente la práctica de un genocidio contra una población como la palestina nos proporciona una determinada clave político-cultural: eso nos está preparando para otros escenarios todavía peores. El relato final es el de la lucha entre la democracia, que somos nosotros, Occidente, y la autocracia, que es el otro mundo, que es Oriente, que son los bárbaros de Oriente, que son los nuevos mongoles, que es China, que es Rusia, y son los negros de África, que son profundamente antidemocráticos, que son autoritarios y corruptos. Nosotros disfrutamos de un jardín, como dijo el gran Borrell, y lo que hay fuera de Europa es la jungla. Espero que se entienda que estoy hablando irónicamente. Y al final los jardineros tienen que armarse porque la jungla lo pretende invadir todo. Y por lo tanto lo más coherente en este momento es rearmarse, dotarse de nuevos mecanismos de intervención político-militar, de oponerse militarmente a Rusia, de prepararse para un conflicto de larga duración con China, y así seguir reforzando la OTAN.
—Ese es el relato dominante hoy, que tiene un contrapeso muy débil en la izquierda.
—Y tiene un contrapeso muy débil en la izquierda porque la izquierda no tiene ya capacidad de analizar seriamente lo que está pasando en el mundo, sino que además carece de programa, y por supuesto de estrategia. No, aquí lo que hace la izquierda es alinearse con Estados Unidos, no cuestionar las políticas de la OTAN y de la Unión Europea y al final comprometernos hasta más allá de la decencia con un rearme generalizado, que lo único que está consiguiendo es reforzar el complejo militar industrial norteamericano. Es decir, hay una enorme incoherencia entre una izquierda que dice y que interpreta el mundo como si esto fuera un conflicto entre imperios iguales —no hay imperio dominante, no hay potencia dominada, no hay imperio a la ofensiva, no hay imperio a la defensiva, se confunde los agresores con los agredidos—, sino que al final lo que vienen a decirte es que, tal como estamos, pues lo que tenemos que hacer es alinearnos con la potencia dominante que es Estados Unidos y con su imperio.
—En conclusión, la izquierda no tiene ya un relato con el que oponerse al realmente existente…
—Nuestro relato, el de la izquierda que está en el gobierno, es el mismo relato dominante que publicitan los grandes medios de comunicación, y por lo tanto Putin es un criminal, la culpa la tiene Putin, esto es una guerra de Putin, Xi Jinping es un autoritario que está construyendo un nuevo imperialismo y lo que está ocurriendo en el mundo forma parte de este conflicto entre grandes potencias. Pero a la hora de la verdad, si fuese coherente, lo que había que decir es que ha llegado el momento de hablar de la revolución, el momento de hablar del socialismo, el momento de cuestionar a las clases dominantes y desde ahí tener una perspectiva de salida socialista a este conflicto imperial que, si tomamos nota de la crisis ecológica del planeta, puede ser terminal.
—Y no es eso lo que la izquierda hace.
—No, no es eso. Lo que hace la izquierda española realmente existente, y que está gobernando con Pedro Sánchez, no es otra cosa que apoyar el rearme, apoyar las políticas de Estados Unidos, apoyar las posiciones de Estados Unidos que llegan hasta la indecencia. Indecencia que comete Pedro Sánchez cuando plantea que la gran decisión en este momento es reivindicar un Estado palestino: mire usted, eso es un problema de hace 20 años del que usted nunca ha hecho nada por resolverlo antes del conflicto entre Hamas y el Estado de Israel. Lo que tiene usted que hacer ahora es impedir el genocidio, esa es la tarea fundamental, y eso obliga como mínimo a suspender las relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, iniciar un boicot económico contra el Estado de Israel y contra Netanyahu y no seguir rearmando al Estado de Israel, porque seguimos rearmando con industria española al Estado de Israel. Eso es lo que habría que hacer en este momento, y no seguir reivindicando que hace falta que dentro de unos meses haya una política clara para que haya un Estado palestino. ¿Habrá palestinos entonces en Palestina? ¿O lo que quedará son residuos de poblaciones que repetirán una nueva Nakba? La hipocresía de los líderes occidentales y muy concretamente los de la Unión Europea en su totalidad es verdaderamente asombrosa.
—No voy a insistir más por ese lado porque ya hemos hablado mucho, tú has escrito ya mucho sobre ello y cualquiera puede acceder a tus escritos, están colgados en internet muchos sobre las posibilidades de una tercera guerra mundial; no voy a hablar de cómo África puede explotar y puede romper todo el molde del postcolonialismo occidental, pero voy a hacerte una pregunta concreta regresando a nuestra tierra. Hemos dicho antes que la izquierda estaba aniquilada. ¿Puedes formular aquí y ahora algunas propuestas concretas para reconstruir aquí y ahora la izquierda?
—No es fácil, entre otras cosas porque en política las propuestas no surgen solo de un grupo de intelectuales que en una cafetería o con una conversación, en una revista, hacen propuestas. La política es fuerza, organización, programa, estrategia. La primera cuestión es constatar que estamos en un momento terminal de un tipo de izquierda, de un ciclo político de esa izquierda y que lo primero que hay que hacer es un análisis honesto, riguroso, sincero de cómo hemos llegado hasta esta situación, porque vivimos una paradoja, querido Miguel, la de que por un lado se nos dice que ahora que gobernamos tenemos más poder que nunca, pero a su vez vamos teniendo menos organización, menos estructuras, menos cuadros y menos vínculos sociales organizados, es decir, que teóricamente tenemos mucha influencia, pero cada vez tenemos menos votos y menos organización. Y lo que resulta dramático es que, como se está tan mal, como se está tan al límite y la situación política es tan dura, tan difícil, la idea es que no se puede dejar de gobernar, porque sin gobernar somos todavía más débiles y todavía tendremos menos futuro. Por lo tanto todo se confía a seguir gobernando, porque fuera del gobierno no solamente hace mucho frío, sino que seríamos casi inútiles. Pero el problema es que conforme más tiempo estemos en el gobierno más inútiles seremos, menos capacidad de respuesta tendremos y menos capacidad de hacer un análisis serio y honesto de la situación por la que pasa la izquierda en el conjunto de la izquierda europea y específicamente del sur de Europa. Eso es lo primero que hay que hacer, un debate serio y honesto.
En segundo lugar hay que plantearse lo que ya he dicho tantas veces que me da un poco de vergüenza repetirlo, pero no se me ocurre otra idea: ir hacia unos estados generales de la izquierda, es decir, ir hacia una asamblea lo más amplia posible, lo más autoorganizada posible, para discutir de una manera abierta y sincera los grandes problemas que tiene el país y ponerse de acuerdo en un programa alternativo. Para mí el problema no es el de una candidatura, no es problema electoral, es un problema de estrategia y de definición política sustancial y es ahí donde yo veo que la izquierda está perdida, no sabe exactamente qué hacer, los cuadros ven cómo progresivamente van perdiendo influencia y peso social y electoral y la tentación de seguir gobernando se convierte casi en la única posibilidad de contar algo en política. Hay que ir a una asamblea, a unos estados generales de la izquierda de los que surja un programa básico….
—¿Y esperas que de ahí surja una nueva formación política? Ese gato está escaldado…
—Las diferencias ideológicas de las diversas izquierdas hoy son demasiado grandes para pensar en una formación política nueva sin más, hay que pasar por un periodo intermedio largo, tal vez no demasiado largo, donde lo que nos una sea por un lado un programa alternativo a lo existente y por otro lado el intento de construir desde abajo organización, vínculos sociales, insertarse en el conflicto social en cada territorio. Y luego una cosa fundamental, que sin resolverla no hay nada que hacer, la clave de bóveda de la etapa que viene y que estamos viviendo, dramáticamente entre la guerra y la paz, entre el conflicto nuclear, y la crisis ecológica. En esta etapa habrá que partir de un dato esencial: el estado nación. El estado nacional sigue siendo el centro de anudamiento de todas las contradicciones sociales, si no partimos de ese estado nacional, si no partimos de sus realidades, de reforzar y retomar ese estado, si no partimos de la soberanía popular, de la lucha por la independencia nacional, todo está perdido y no encontraremos respuesta a lo que está ocurriendo. Es decir, hace falta reivindicar el estado nacional, partir de que la clave de bóveda en este momento es la contradicción cada vez más fuerte entre la democracia popular, la democracia social y el capitalismo realmente existente y, en tercer lugar, habrá que situar de nuevo como tarea prioritaria en los próximos años una agenda socialista, una agenda democrática socialista.
—Resumamos.
—Estas son las tres cuestiones que yo considero decisivas: la primera, retorno, refuerzo del estado nación, lo cual no significa ni autarquía ni repliegue interno, todo lo contrario, sino que implica la lucha por un nuevo internacionalismo; en segundo lugar y muy en serio y de una manera definitiva, la clave hoy no es una contraposición abstracta entre democracia y fascismo, ese no es el problema de hoy, no porque no haya fascismo sino porque lo que está en cuestión es la propia democracia por el predominio de un capitalismo cada vez más depredador, más oligárquico y con mayor capacidad destructiva y hay que entender la necesidad que tienen las poblaciones de protegerse de él; y, en tercer lugar, situar de nuevo una agenda socialista en torno a las grandes reivindicaciones de una democracia social avanzada, de una democracia socialista. Si no partimos de ahí nunca saldremos de este hoyo. Hay un viejo dicho chino que decía que para salir del hoyo lo primero que hay que hacer es dejar de cavar. Y cavar para mí es continuar en este mecanismo que nos ha llevado a la derrota de gobernar con Pedro Sánchez, a caer en una estrategia meramente institucionalista y electoral, a perder vínculos sociales, a perder capacidad organizativa y desmovilizar a una parte cada vez más grande de la sociedad. A la extrema derecha le estamos dejando la clase trabajadora, Le estamos dejando España, su cultura y sus valores a las derechas unificadas y nos estamos quedando sin un proyecto alternativo de país.
—Y para acabar esta conversación ¿quién podría y cómo convocar esos estados generales de la izquierda que propones?
—Pues existen muchos mecanismos. Podría convocarlos una mesa de organizaciones político-sociales, y que esa mesa diseñara una especie de propuesta de mecanismo para la construcción de una democracia social avanzada, de una democracia socialista y que en ese marco se pueda enhebrar un discurso y una estrategia alternativa. Eso se podría hacer, siempre se ha hecho. La clave no es que cinco o seis organizaciones que un día se dan cuenta que ya no son lo que eran y que están al borde de la desaparición acaben diciendo lo que hay que hacer, sino que hay que establecer una dialéctica entre lo organizado y lo no organizado y propiciar la autoorganización. Es decir, esto no es una tarea de la clase política, no es una tarea de cuatro partidos políticos que quedan de una historia más o menos espléndida o más o menos grande. Aquí ahora lo que cabe es la modestia, lo que cabe es el debate político honesto y limpio y lo que cabe es suscitar debate y organización desde abajo. No basta solo con crear una fórmula más de las muchas que se han creado, un nuevo mecanismo electoral de los muchos que se han creado y se van a crear. Hace falta ir más allá, hace falta organización, hacen falta vínculos sociales, hace falta insertarse en el conflicto territorial y hacen falta programas y estrategias.
Y eso no se resuelve en una mesa de partidos. La mesa de partidos debe iniciar el debate, propiciar ese debate y dejar que ese debate se vaya organizando colectivamente y desde abajo a partir de una propuesta alternativa de país.
—Bien, dicho queda, veremos si alguien recoge algunas de esas ideas.
—Pues eso espero, y supongo que seguiremos hablando de ello. La izquierda que viene es una izquierda que va a tener que hacerse una autocrítica muy fuerte, y muy pocos de los dirigentes actuales van a continuar, porque van a ser muy duramente criticados. La experiencia del Gobierno con Pedro Sánchez va a ser muy criticada también y, por lo tanto, tenemos que abrirnos a un proceso de autocrítica general y en ese marco situar los elementos de una política alternativa. Trataremos de ayudar en lo que sea.