ACTUALIDAD
Ojalá tuviéramos una izquierda…
…como la de Sahra Wagenknecht en España.
Paula Fraga.- El Español
Algunas llevamos mucho tiempo advirtiendo sobre el profundo desnortamiento de la izquierda hegemónica.
Esa izquierda que ha abandonado todas sus causas y valores originarios y que ha sustituido la igualdad y el universalismo por todo tipo de particularismos: desde los nacionalismos fragmentarios que pretenden romper lo más común, la patria, hasta las políticas identitarias que han anulado a la clase trabajadora como sujeto político fraccionándolo en grupúsculos enfrentados entre ellos y que, consecuentemente, no tienen ninguna capacidad de promover transformaciones políticas y sociales que nos aseguren pan, techo y trabajo, aquello en lo que hace décadas se ocupaban las izquierdas.
Quienes llevamos años denunciándolo y trabajando por la construcción de otra izquierda, vemos con esperanza a Sahra Wagenknecht y lo que ha ocurrido en Alemania.
Sahra pertenecía a Die Linke, un partido que prefirió callar ante los problemas que enfrenta la clase trabajadora antes que ser acusado de alguna de las múltiples fobias con las que se nos ataca a quienes ponemos los principios y la verdad por encima de cualquier partido o pack ideológico.
Harta de esta deriva, fundó su propio partido Alianza Sahra Wagenknecht Por la Razón y la Justicia (BSW). Y lo que sucedió, ya lo sabemos. Wagenknecht superó en votos a sus antiguos compañeros en las elecciones europeas y en las más recientes en Turingia y Sajonia, posicionándose como tercera fuerza política en ambas regiones al obtener el 15,8% y el 11,8% de los votos respectivamente.
El mensaje es claro: Alemania quiere otra izquierda y ha votado en consecuencia.
La reacción ha sido la esperable. La de siempre. En España y en Alemania. A izquierda y derecha. No he encontrado críticas racionales ni fundamentadas a sus propuestas desde ninguno de los grandes altavoces mediáticos, sólo etiqueta punitiva y espantajo.
¿La principal? La manida acusación de racismo y xenofobia.
Le llaman racista y xenófoba por ser crítica con unas políticas migratorias irresponsables que están comprometiendo la seguridad nacional y ciudadana. Que promueven la explotación laboral de la clase trabajadora extranjera y la depauperación de las condiciones laborales de la clase trabajadora nativa.
La izquierda hegemónica se dedica a ignorar delibera e imprudentemente estos problemas derivados de la inmigración masiva, a repetir eslóganes oenegeros y a materializarlos en políticas suicidas que a ellos no les afectan.
Porque no será enfrente de las casas de los socialistas del Gobierno ni de las «feministas antirracistas» de Irene Montero donde se incrementarán los robos, las agresiones y las violaciones. Esto pasa y seguirá pasando en los barrios obreros.
Porque un modelo de inmigración descontrolado y masivo que impide la integración y promueve la guetización y que, además, proviene de contextos islámicos que otorgan a las mujeres menos valor que el de un animal tiene estas consecuencias.
Sahra pertenecía a Die Linke, un partido que prefirió callar ante los problemas que enfrenta la clase trabajadora antes que ser acusado de alguna de las múltiples fobias con las que se nos ataca a quienes ponemos los principios y la verdad por encima de cualquier partido o pack ideológico.
Harta de esta deriva, fundó su propio partido Alianza Sahra Wagenknecht Por la Razón y la Justicia (BSW). Y lo que sucedió, ya lo sabemos. Wagenknecht superó en votos a sus antiguos compañeros en las elecciones europeas y en las más recientes en Turingia y Sajonia, posicionándose como tercera fuerza política en ambas regiones al obtener el 15,8% y el 11,8% de los votos respectivamente.
El mensaje es claro: Alemania quiere otra izquierda y ha votado en consecuencia.
La reacción ha sido la esperable. La de siempre. En España y en Alemania. A izquierda y derecha. No he encontrado críticas racionales ni fundamentadas a sus propuestas desde ninguno de los grandes altavoces mediáticos, sólo etiqueta punitiva y espantajo.
¿La principal? La manida acusación de racismo y xenofobia.
Le llaman racista y xenófoba por ser crítica con unas políticas migratorias irresponsables que están comprometiendo la seguridad nacional y ciudadana. Que promueven la explotación laboral de la clase trabajadora extranjera y la depauperación de las condiciones laborales de la clase trabajadora nativa.
La izquierda hegemónica se dedica a ignorar delibera e imprudentemente estos problemas derivados de la inmigración masiva, a repetir eslóganes oenegeros y a materializarlos en políticas suicidas que a ellos no les afectan.
Porque no será enfrente de las casas de los socialistas del Gobierno ni de las «feministas antirracistas» de Irene Montero donde se incrementarán los robos, las agresiones y las violaciones. Esto pasa y seguirá pasando en los barrios obreros.
Porque un modelo de inmigración descontrolado y masivo que impide la integración y promueve la guetización y que, además, proviene de contextos islámicos que otorgan a las mujeres menos valor que el de un animal tiene estas consecuencias.
Y lo reitero. Violan varones blancos y negros, y violan católicos y musulmanes. Pero quienes nos preocupamos por la seguridad y los derechos de las mujeres los denunciamos a todos, independientemente de las circunstancias, y explicamos todos los factores que han resultado en el incremento de la violencia sexual, aquí y en Alemania.
Pareciera que esta izquierda, en lugar de resolver el problema, pretende añadir al machismo patrio los más cruentos de otras sociedades para seguir, en nombre del feminismo que han destrozado, viviendo del problema.
Como afirma Sahra Wagenknecht, «las fronteras abiertas son políticas de inmigración neoliberales. Las mujeres de nuestro grupo, en particular, están contentas de vivir en un país que ha superado en gran medida el patriarcado y no quieren que se reintroduzca de forma indirecta. Quedan problemáticas machistas que superar en nuestras sociedades para añadir las existentes en demás rincones de la tierra».
Les animo amablemente a leer la crítica marxista al modelo migratorio que hice en este mismo diario y las propuestas de Sahra Wagenknecht realizadas en el programa de BWS o en su libro Los engreídos, y que después señalen, concretamente, donde está el racismo.
¿Es racismo afirmar que «no se debe dejar que las redes criminales de trata y tráfico de seres humanos decidan quién obtiene acceso a la UE»?
¿Es xenofobia decir que debería ponerse en marcha una política migratoria restrictiva en la UE y complementarse con la lucha contra las causas de la huida e inmigración, caigan las empresas transnacionales que caigan, y sea el país occidental que fuere el sancionado por promover el esquilme de los recursos y la explotación de seres humanos?
¿No será esta la dignidad en las propuestas que perdió la izquierda?
Desde la derecha y desde sectores izquierdistas desnortados se llama a Sahra Wagenknecht «putineja» y «prorrusa» por abogar por el fin de envío de armas a Ucrania, la solución diplomática y el fin de unas sanciones económicas que sólo han conllevado un aumento de la inflación sin precedentes en los últimos diez años y tendencias recesivas que exacerban la crisis económica.
La política alemana no es prorrusa ni aboga por salir de la OTAN ni de la Unión Europa. Sólo hace una crítica fundada a las alianzas e instituciones de las que somos parte. «Europa debe convertirse en un actor independiente en el escenario mundial, en lugar de ser un peón en el conflicto entre las grandes potencias y subordinarse a los intereses de Estados Unidos».
«Los alguna vez fuertes Estados de bienestar europeos han sido reemplazados en la mayoría de los países por un estilo anglosajón de capitalismo al estilo Blackrock, controlado por grandes corporaciones financieras y digitales, y caracterizado por empresas que cotizan en Bolsa y en el que las clases medias y los empleados caen bajo sus ruedas. La Unión Europea no se opuso a este proceso, sino que lo promovió y lo impulsó activamente«.
«La Unión Europea debe centrarse en la independencia de su política económica y de su seguridad y, por tanto, defender principalmente los intereses de los ciudadanos de sus Estados».
El programa de BSW defiende, simplemente, la soberanía nacional y la patria que jamás debió abandonar la izquierda.
Más descalificaciones recibe el proyecto BSW cuando aboga por políticas medioambientales que no perjudiquen a los trabajadores. O por una política agrícola con una orientación más nacional y regional que proteja a nuestros agricultores de las grandes corporaciones agrícolas y que acaben con la competencia desleal.
De nuevo, defensa de la soberanía nacional y control de nuestros recursos.
Y a estas propuestas las acusan de «negacionismo del cambio climático» y con tal falacia te lo despachan. Tendrán que asumir que lo que estamos construyendo es una izquierda que arrase con las políticas negacionistas de la realidad.
En su libro Los engreídos, Sahra Wagenknecht llama «izquierda liberal» a la que algunas llamamos en España «izquierda posmoderna identitaria» o «izquierda Malasaña» (idénticos engreídos y superiores morales, aquí en y en Alemania).
En realidad, ambas son «izquierda liberal» por su apoyo al neoliberalismo económico y a la globalización capitalista que realizan a través de sus políticas, lo quieran o no.
Es esa una izquierda que sólo sabe acusar de extrema derecha a los marxistas y los socialistas que les llevamos la contraria y que, como la propia Shara afirma en su libro, «nutren con su arrogancia el terreno que gana la extrema derecha. La intolerancia de la izquierda liberal y los discursos de odio de la extrema derecha son vasos comunicantes que se necesitan, se refuerzan y viven uno del otro. Cuanto más abusivos son los comportamientos de la extrema derecha más seguros en sus posiciones se sienten los liberales de izquierdas. ¿Que los nazis están en contra de la inmigración? Pues entonces todo el que critique las políticas migratorias es nazi. Así de fácil es el mundo de los liberales de izquierda».
La izquierda que critica Sahra Wagenknecht ya no está a favor de la equidad, sino del engreimiento. Es una izquierda que ya no aboga por el debate ni la racionalidad, sino por un estilo de argumentación que difama, cancela, degrada moralmente y repele.
En esas está Pablo Iglesias, gran artífice del destrozo de las izquierdas en España, cuando afirma que Sahra Wagenknecht nos conduce a un lugar oscuro. Como el resto de la izquierda hegemónica posmoderna, que la acusa de todas las fobias y, por supuesto, de «rojiparda».
Convendría que fueran presentando argumentos y acostumbrándose a las «malvadas rojipardas». Porque la izquierda socialista que no se rinde ante capitalismo global ni a la ideología woke que lo legitima y lo refuerza, la izquierda defensora de la soberanía nacional, la patria y su clase trabajadora, ya es una realidad en Alemania.
Y cada vez somos más las personas dispuestas a construirla en España.