IDEAS / MEMORIA
El humanismo de Maritain
Jacques Maritain es uno de los pensadores del humanismo de inspiración cristiana que nació en los años 30.
Javier Pardo Torregrosa.- Ethic
Su aportación fue decisiva en la Declaración Universal de Derechos Humanos e inspiró la creación de movimientos políticos democristianos.
Las sociedades contemporáneas afrontan multitud de problemas políticos y sociales: nuevas formas de individualismo que destruyen los lazos comunitarios, profundas desigualdades sociales, el resurgimiento del nacionalismo, la cancelación del diferente y su consideración como enemigo político, o el auge de la polarización –que como decía el profesor Joseph Weiler en un artículo publicado recientemente en ABC, resquebraja la unidad del demos, presupuesto ontológico para el funcionamiento cualquier democracia liberal–. Muchos de estos problemas hunden sus raíces en el devenir de la propia historia y no son más que el resurgimiento de antiguos y ya conocidos fantasmas. Por eso, a veces es necesario volver la mirada atrás, y recuperar algunas de aportaciones de nuestra tradición cultural e intelectual.
En este sentido, creo que podría ser interesante rescatar y desempolvar del baúl de la historia de las ideas el humanismo de inspiración cristiana, que surgió con fuerza en los convulsos años 30 y consiguió dar respuesta con notable éxito a muchos de los graves problemas que hicieron zozobrar las sociedades europeas de entonces. Uno de sus principales impulsores y valedores fue el filósofo francés Jacques Maritain, del cual recordamos en este año 2023 el 50 aniversario de su muerte. Su aportación fue decisiva en la Declaración Universal de Derechos Humanos e inspiró la creación de movimientos políticos democristianos que fueron fundamentales en la consolidación de las democracias liberales, en los inicios de la construcción europea y en el desarrollo de la justicia social.
Maritain, que procedía de una familia protestante liberal, realizó una travesía intelectual y espiritual junto su mujer Raissa. Ambos, que profesaron simpatías en su temprana juventud por el marxismo, experimentaron cierta insatisfacción vital e intelectual por el pensamiento positivista, cientificista y relativista predominante en la Sorbona, donde estudiaban filosofía y ciencias naturales, lo que les llevó a plantearse incluso el suicidio si no encontraban un auténtico sentido a su existencia.
La filosofía de Bergson sobre la intuición como forma de conocimiento les abrió las puertas a la metafísica, y su amistad con Charles Peguy y Leon Bloy les llevó a conocer –y finalmente abrazar– la fe católica. En los siguientes años, el matrimonio Maritain descubriría a través de otra amistad, un fraile dominico, la filosofía de Tomás de Aquino. El encuentro con la filosofía tomista les permitió reconciliar su fe con su vocación filosófica. Como refleja Raissa Maritain en un bello ensayo titulado Les grands amitiés, las amistades dieron plenitud a su vida y jugaron un papel central en la maduración de su pensamiento filosófico y en el encuentro con la fe católica.
El ideal humanista de Maritain, desarrollado inicialmente en Humanisme intégral, surge del encuentro entre la filosofía tomista y una experiencia personal de fe cristiana. Pretende superar el materialismo e individualismo de la modernidad, pero también hacer frente a cualquier tipo de totalitarismo. Aboga por un nuevo humanismo abierto a la trascendencia y al prójimo; que permita a los cristianos trabajar para que el fermento evangélico penetre en todas las estructuras de la vida social, política y económica.
El filósofo francés –que destacó por defender en varios ensayos la democracia como un ideal surgido del impulso evangélico– entendió que esta, no solo debía concebirse como una forma de gobierno, sino que debía incluir una serie de principios que atribuía al legado de la cultura cristiana, como la igual dignidad de toda persona y la defensa de los derechos humanos, la unidad de la familia humana, la libertad religiosa y de conciencia, la justicia social, la dignidad del pobre y el marginado, o la fraternidad. Rechazó la dialéctica schmittiana sobre la existencia de enemigos políticos, y combatió cualquier tipo de totalitarismo o autoritarismo. Criticó con dureza la utilización del catolicismo por parte del bando nacional en la Guerra Civil Española y su compromiso con la democracia le condujo al exilio durante la ocupación alemana de Francia. Su humanismo de inspiración cristiana no le impidió reconocer la autonomía del orden político respecto al orden espiritual, una idea algo osada aún en círculos católicos y que acabaría siendo adoptada finalmente por la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II.
Para Maritain, la comunidad política debía ser profana y pluralista, fundada en la cooperación y colaboración práctica entre los diferentes familias religiosas, filosóficas e ideológicas. De hecho, su labor en calidad de delegado de Francia ante la UNESCO fue esencial para que tuvieran éxito las negociaciones previas a la Declaración Universal de Derechos Humanos, con su proposición de un acuerdo práctico sobre el contenido de los derechos sin necesidad de consensuar la fundamentación teórica, filosófica o religiosa de los mismos. Esta llamada a la colaboración práctica entre diferentes es una propuesta muy sugerente para nuestras sociedades contemporáneas.
En otra de sus obras, La personne et le bien commun, Maritain criticó el individualismo imperante de la época, y defendió la idea de personalidad como un misterio metafísico que, desde una profunda libertad, requiere de la comunicación con el prójimo y de la vida en comunidad. También recuperó del tomismo la noción de bien común, un bien que va más allá de la mera suma de los bienes personales y que comprende algo más profundo: la conciencia cívica de virtudes políticas como el florecimiento personal y de las pequeñas comunidades, la justicia y la amistad cívica y fraternal. Hoy en día, el concepto de bien común ha caído en desgracia y ha sido sustituido por la idea de «interés general», un vago concepto individualista y utilitarista que parece referirse únicamente al interés de la mayoría. El personalismo comunitario de Maritain nos puede ayudar a alcanzar ese equilibrio necesario entre la libertad de la persona y la búsqueda del bien común, además de recuperar la importancia de los lazos comunitarios que se tejen día a día en la multitud de pequeñas comunidades que conforman el conjunto de la sociedad política.
Finalmente, en su obra de madurez, L’Homme et l’Etat, Maritain sintetizó el trabajo de reflexión realizado durante más de dos décadas, y teorizó sobre temas como el Estado y la comunidad política, el concepto de soberanía, la relación entre los medios y los fines, los derechos humanos, las relaciones entre la Iglesia y el Estado, o el problema de la sociedad política internacional. En todo caso, el concepto de amistad cívica y fraternal estuvo presente a lo largo de su trayectoria vital y se erigió como la clave de bóveda de su pensamiento humanista, una propuesta que desde luego merece la pena recuperar para el mundo de hoy.