CULTURAS

Cháves Nogales

Ahora o nunca.

Andrés TrapielloEl Mundo

El prólogo de ‘A Sangre y fuego’ fue el pistoletazo de salida para una relectura de la historia de la guerra civil, explotada en régimen de oligopolio por cierta izquierda española y el hispanismo ‘woke’.

Dos noticias buenas y una mala. La primera buena es que Renacimiento acaba de publicar los editoriales del diario Ahora, cuando lo dirigía Chaves Nogales, o sea en los cuatro primeros meses de la guerra civil. La mala es que la edición la ha hecho un tal Juan Carlos Mateos Fernández.

Era previsible que tarde o temprano fueran a por Chaves Nogales y trataran de acabar con él. Cuando lo creían ya olvidado, Chaves resucitó. Un caso rarísimo en la literatura española, sólo comparable al de Góngora. Las razones de un «paseo» civil y posterior fosa común (hoy diríamos cancelación: medio siglo) fueron parecidas a las que condujeron a la misma cuneta literaria a Clara Campoamor y a don José Castillejo, testigos imparciales (o sea, incómodos) de los crímenes cometidos en territorio republicano, con conocimiento y en algunos casos consentimiento de la República, un Estado fallido. Así lo proclamó Chaves en su ya celebérrimo prólogo de A Sangre y fuego (1937), el pistoletazo (cómo no) de salida para una relectura de la historia de la guerra civil, explotada en régimen de oligopolio por cierta izquierda española y el hispanismo woke de todo el mundo.

La tesis de Chaves es conocida: cuando el fascismo y el comunismo acabaron con la República, los verdaderos demócratas como él corrían un serio peligro y no tuvieron otra que huir sin demasiadas esperanzas: quien saliera vencedor de la guerra sería un dictador de izquierdas o de derechas, como así sucedió. Hasta los tontos de Carabaña se dieron cuenta de esto, mientras las gentes honradas se preguntaron: ¿por qué hemos tardado tantos años en acceder a una obra capital como la de Chaves y Campoamor, entre tantos?

Fue entonces cuando saltaron, como suele decirse, todas las alarmas: había que detener como fuera el «revisionismo» y la «equidistancia» y devolver la burra al trigo: la violencia de los primeros meses de guerra fue inevitable (como la misma guerra), propia de una revolución, y esta naturalmente fue justa y necesaria. Sólo cuando se perdió la revolución, se usó el fascismo como una cortina de humo para velar los crímenes. O vuelto del revés: cualquiera que comparta a Chaves, es un revisionista, equidistante y… fascista.

Y aquí entra en escena ese Mateos. Parte de su trabajo es meritorio: ha recopilado los editoriales de Ahora y leído las actas del consejo obrero que se hizo cargo del periódico, custodiadas en el archivo de Salamanca. Pero quiso ir más lejos, y atribuyó todos y cada uno de esos editoriales (anónimos) a Chaves, línea por línea. Las extravagantes razones (idiolectos) en las que se basa son cómicas y no vale la pena perder el tiempo en resumirlas. ¿Y el objeto de la atribución? Demostrar que Chaves fue durante cuatro meses un editorialista justiciero, decidido a defender a sangre y fuego la revolución, incluso ¡al Partido Comunista! Por tanto, ¿qué crédito puede dársele al que cuatro meses después huyó cobardemente para decir lo contrario que había dicho? Su tesis la resume Mateos en un anacoluto: «Hacer de Chaves un ejemplo de cordura y humanidad, de la enemiga de todo extremismo y violencia, existe un trecho imposible de recorrer».

Lo extraño es que ese hombre (que, como se puede imaginar, está ideológicamente a favor de los editoriales, pero no del prólogo de A sangre y fuego), ignora que un editorial no es la opinión de una persona, sino del medio donde aparece (donde hay otros pareceres y gentes que suelen meter mano en su redacción).

¿Y cómo son esos editoriales de Ahora? Hay de todo, en algunos seguro que intervino Chaves (escritos con el aliento de una pistola en el cogote) y la mayoría son tremendos, una razón de peso para salir huyendo, tal como hizo.

Mateos, y quienes antes que él iniciaron la campaña de acoso y derribo, fanatizados y sectarios (A. Orihuela y Fco. Espinosa Mestre), han debido pensar que «ahora o nunca». Y va a ser que ahora tampoco.

La segunda noticia buena es que, con el poco tiempo que tenemos todos, este libro puede empezarse en la página 65, saltándose el prólogo. Los editoriales son, como tantos de uno y otro bando en la prensa de entonces, espeluznantes.

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