Hoy quiero hacer unos apuntes de un tema que, aunque controvertido, merece una reflexión serena: el PNV (Partido Nacionalista Vasco). En el escenario político español, pocas formaciones han tenido el arraigo y la continuidad que este partido ha demostrado en el País Vasco. Y esto, queramos o no, tiene su mérito aunque ahora vea peligrar esa hegemonía por parte de los proetarras y arrimados de EH Bildu.
El PNV ha sabido consolidarse como una fuerza política con un profundo vínculo con la sociedad civil vasca. Desde sus inicios, su proyecto ha buscado conectar con las inquietudes de la gente, defendiendo una identidad cultural y política propia sin perder de vista las necesidades cotidianas de la región. Es un partido popular en el sentido más amplio de la palabra: uno que sabe leer las preocupaciones de su gente y ofrecer respuestas, algunas más acertadas que otras, pero siempre con una notable capacidad de gestión y pragmatismo. No hay un solo pueblo del País Vasco sin un batzokia donde reunirse ni una asociación civil sin presencia o directivos del PNV.
Ahora bien, no podemos obviar que el PNV también tiene sombras. En el pasado, su discurso tuvo ciertos tintes excluyentes que coqueteaban con el racismo. Además, el separatismo que han abanderado en ciertos momentos ha generado divisiones en la sociedad vasca y ha dejado heridas que aún cuesta sanar. Aunque han sido claros en condenar la violencia, el legado de tensión social que acompaña los postulados independentistas no puede ignorarse. No hay que negar que el nacionalismo cultural que desde la educación y los medios han sembrado estos años, es una de las razones fundamentales por las que, una vez que ETA no mata, las nuevas generaciones ven en los herederos de la banda asesina como una buena opción. En su éxito puede estar su ruina.
Cierto es también que el PNV tiene ganada una fama de extorsionador y de aprovechado en la política española, pero permítanme recordarles que eso es culpa suya, sino de quienes durante muchos años y por diferentes razones se lo han permitido. El PNV es un partido de estricta obediencia vasca, por lo que no podemos pedirle que tenga «escrúpulos» a la hora de lograr cosas para sus representados. Hay que hacerlo a quienes ceden estas cosas si perjudican al interés general.
Dicho esto, también hay que reconocer que el PNV ha evolucionado. Hoy en día, se posiciona como una fuerza moderada y básicamente enfocada en la estabilidad, algo que escasea en el panorama político actual. Ha dejado de ser explicitamente democristiano pero sin dejar de ser conservador, no en la fórmula nitidamente ideológica pero si en la sociológica, lo que le hace ser un partido atrapatodo que pesca desde la derecha hasta incluso el centro izquierda, sin parecerlo del todo y sin excluir a nadie. Esa capacidad para parecer fiel a sus principios fundacionales pero también adaptarse a los nuevos tiempos, es digna de estudio. En este contexto el PNV se erige como un partido patriota a su manera, cuidando de su «aldea» sin desconectarse del mundo global.
En España, y ahí viene mi «envidia«, siempre he dicho que hace falta un partido con esa fortaleza, uno que no sólo tenga base ideológica, sino también la habilidad de gestionar y entender los matices, las sensibilidades y que estas se reflejen en la sociedad civil. Aunque no comparta su visión, el PNV demuestra que se puede hacer política desde el arraigo local, desde la cercanía y, a veces, desde el sentido común, para un proyecto nacional (en su caso y desde mi punto de vista erroneo y basado en falsedades históricas) que logre mayorías.
Si algo nos enseña el PNV es que la política de verdad se construye con los pies en la tierra y el oído atento al corazón de tu sociedad. Y eso, al menos, merece ser reconocido.