Yo conocí a Granados. Francisco Granados. El mismo que ahora, tras años de entradas y salidas de la carcel, escándalos, entrevistas folloneras y demás, vuelve al candelero -que no candelabro, aunque probablemente habría que darle con el– con unas noticias como las publicadas en El Confidencial, donde se detalla que la Agencia Tributaria concluye que usó más de una veintena de fórmulas distintas para cobrar comisiones ilegales por el amaño de planes urbanísticos y concursos públicos por valor de 8,3 M en efectivo, casas y regalos a amantes. Un fígura. Simpático, educado… muy diferente de otros tipejos engreidos de la cuerda de la presidenta Aguirre que te miraban por encima del hombro con su pelazo y su sonrisa profidén cuando tú, osado y miserable alcalde de pueblo, te cruzabas en su camino.
Pues sí, era majete. Y al lado de los jovencitos -moralmente igual de dudosos como se ha comprobado por el tiempo– que pululaban por la administración regional en los años del ladrillazo mucho más. Lo que deja empíricamente demostrado que para ser un ladrón da igual si eres un cafre o un seductor. Lo que hay que tener es poca verguenza y las condiciones objetivas para que los que te rodean y/o deberían vigilar hagan la vista gorda y digan que no pasa nada, que son las cosas del mercado, perdón… del directo.