Un dirigente deportivo gañán, inmoral y machista. Unas futbolistas empoderadas con cuitas pendientes contra quienes consideran que no las valoran lo que valen. Unos medios necesitados de chicha veraniega. Unos políticos deseosos de levantar banderas «abrazables» que tapen las miserias y realidades del momento. Y una sociedad deseosa de abrazar esas banderas que les evitan afrontar y reivindicar causas más complejas y menos políticamente correctas. En esto resumo yo el caso Rubiales. Ah, bueno. Se me olvidaba. Y un deporte que es un negocio, un chiringuito inmenso que va desde el multimillonario de las federaciones deportivas, con sus sueldazos y prebendas, al autoempleo del deporte del base. La tormenta perfecta.

 

Reconozco que el personaje Rubiales me causaba de siempre animadversión por sus modales torrentianos y que cuando vi las imágenes del beso y la de sus huevos de oro, me sumé a la petición de cese inmediato. Aún lo hago, pero sin haber mejorado mi imagen del susodicho en estos días, reconozco que me ha saturado y ofendido la excesiva teatralización de los hechos y su posterior desarrollo. El exceso que desde cierta izquierda (y la derecha acompañante) se muestra tras lo sucedido, con mensajes penosos de «todas somos Jenni» –ojalá no paren y pronto oigamos también un «todas somos las Kellys» (limpiadoras de habitaciones de hoteles, ejemplo de la explotación que vivimos delante de nuestros ojos) o un «todas somos trabajadoras de la ayuda a domicilio» (otro colectivo precarizado)-, con las reacciones posteriores de la afectada y de las futbolistas, periodistas y políticos –con manifestaciones callejeras incluidas- y el penoso cierre de filas de cierta derecha tuitera con el impresentable, ante los apoyos a la afectada es lamentable –los enemigos de mis enemigos, no siempre deben ser mis amigos-.

 

Y esto que digo les juro que no es equidistancia, es asqueo. Asqueo por la banalización de la violencia machista o sexual. Asqueo por la hipocresía de quienes callan ante las oleadas de violaciones masivas que padecen nuestras calles. Asqueo por la falta de moral de quienes dicen ser los salvadores de la misma y luego banalizan las agresiones sexuales. Y más asqueo aún por la manipulación de las gentes comunes a los que suman, con un despliegue mediático sin precedentes, a un «me too» inquisitorial a medida de las necesidades de unos cuantos. 

 

Rubiales es un impresentable que no puede seguir en su cargo. Por muchas razones, incluido el inapropiado beso a Hermoso. Pero la exageración y saturación en las reacciones de la progresía mediática, política y social genera en amplias capas de la calle una reacción contraria. No a favor del besucón pasado de vueltas, sino en contra de a quienes se le ve el plumero del oportunismo. Y esto hace poco bien a la causa contra el machismo. 

 

No se puede consentir ni un acto machista más en nuestro deporte ni en nuestra sociedad. Pero tampoco podemos dejar que escondan tras este suceso mediático la incapacidad e inutilidad de las políticas aplicadas contra el machismo y su violencia añadida, para resolver de verdad esta lacra. Ni seguir con el buenismo y el apagón mediático de lo que no les interesa, mientras gritan que «todos somos Jenni» solo para sumarse a la ola que mola y que todos nos sintamos satisfechos y buenos ciudadanos con el cupo de compromiso facilón que nos permiten. ¿Saben lo que no mola? Que el machismo, la violencia y la homofobia crezcan en nuestra sociedad y no quieran que afrontemos porqué pasa, para no aplicar las jodidas medidas necesarias y erradicarlo, ya que estas chocan con su visión idealizada y privilegiada del mundo. Y no es sólo por los torrentes de turno, que también. Es todo mucho más complejo. Como la vida real.

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