Mucho podría decir sobre los problemas de «los socialistas». He compartido durante unos cuantos años camino, asumido diversas responsabilidades y derrochado esfuerzo con una familia política con la que me unía no solo cierta tradición familiar, sino también la esperanza de que ahí si que era posible trabajar con seriedad por la justicia social. Es verdad que siempre fui un verso bastante suelto por mi permanente cuestionamiento y evolución de la forma de estar y hacer política, a través de una serie de valores personales ajenos a las directrices de partido. Valores en favor de
«la defensa de una transversalidad/centralidad sociopolítica que abra una vía hacia la necesaria (re)construcción de un modelo de vida y país basado en la justicia social, la soberanía popular y nacional, el humanismo cristiano, el conservacionismo medioambiental, la defensa de la familia, la convivencia cívica y un orgullo crítico de lo que somos y hemos sido»
que me homologaban bastante veces más con un democristiano y/o conservador distributista algo i-liberal – “red tory” lo llaman en el mundo anglosajón o sea un rojo de derechas en castellano claro – más propio de algunas experiencias del pasado – por eso entre otras cosas mi añorado Pedro Valderrey me llamaba viejoven– , que con el socialismo o la izquierda asimilada a estos nuevos y posmodernos tiempos. Pero sinceramente creía que podía tener cabida y respeto en un PSOE que históricamente parecía una casa muy grande. Enorme. Hasta que llegó Pedro Sánchez y sus adláteres – ahondando la zanja que abrió ZP – y achicó los pocos espacios que nos quedaban, reduciendo el partido a una foto de si mismo.
Es verdad –aunque me suene a excusa incluso a mi– que el compromiso municipalista me tenía muy ocupado y alejado de las miserias de aparato, que finalmente tuve ocasión de conocer de primera mano y que me ayudaron a atreverme a tirar la toalla y cerrar la puerta al salir, para intentar lograr cierto equilibrio entre lo que piensas, eres o haces y superar contradicciones ideológicas o de praxis irreconciliables. Lo de la vida interna y los aparatos lo expliqué un poco en este artículo que publique hace un par de años en La Iberia.
A menudo, dentro y fuera, he repetido -y así me fue cuando decidí dejar la vida municipal tras 12 años de alcalde y 3 victorias electorales seguidas, renunciando a optar por la cuarta y embarcarme en otras aventuras- que Pedro Sánchez representaba lo peor que le ha podido pasar a este país en general y al centro izquierda en particular.
Lo curioso del tema es que estoy convencido de que dentro de muy poco todos esos miles de militantes sanchistas arrimados a su poder absoluto, compartirán conmigo y la mayoría de los españoles esta valoración. Eso me lleva a creer que Sanchez y sus acólitos -los Simancas, López, Calvo, Hernando…– son un problema muy grave, pero solo una parte del mismo. Mucho tiene que cambiar ese partido de cargos públicos que ha aplaudido cada mentira, cada giro y cada destrucción de la democracia interna –la última las listas a las generales– con una absurda felicidad pasmosa, para poder volver a ser algo útil. Y cuando se pierdan los miles de cargos al servicio del gobierno, que se unirán a los miles de empleos ya perdidos en Ayuntamientos y autonomías, caerán del caballo como Paulo –incluidos los nombres arriba mencionados– y les oiremos gemir como pequeños «Ortegas» de saldo un lastimero «no era esto, no era esto«. Y no duden que se tejerá rápidamente un plan B donde lograr una nueva sombra dentro de las siglas históricas para cobijarse y seguir cotizando. Como han hecho ahora los hasta ayer puros podemitas y sus secuelas, a través de Yoyolanda y Sumar.
En el artículo de Antonio Caño en The Objetive «La hora de los socialistas» se dan unas claves sobre este mismo tema. Léanlo con los ojos y la mente abierta, que no pasa nada.
Yo seguiré viendo los toros más o menos desde la barrera, continuando mi tránsito como «rojo de derechas«y conviviendo con todas mis contradicciones, mientras veo a muchos amigos y conocidos, bienintencionados centroizquierdistas, sufrir ante la deriva sin freno del partido de sus amores. ¿Como era eso? Obras son amores y si no buenas razones…