IDEAS

¿Hay una vía en el centro?

Dos visiones diferentes desde las páginas de ABC y una tercera (contundente) en El Confidencial.

Reproducimos tres razonadas opiniones en medios sobre el futuro de las iniciativas que están surgiendo para construir espacios centristas que acoja a la denominada tercera España, surgida de los fracasos previos de UPyD y sobre todo Ciudadanos. Lamentablemente en la prensa de izquierda se escucha el silencio militante ante estos proyectos.

Desde La Mirada Disidente vemos con simpatía cualquier iniciativa que surja para dinamizar la esclerótica política española, pero con un manifiesto escepticismo.

LA TERCERA ESPAÑA NO EXISTE

Diego S. Garrocho
ABC

El problema de los partidos de centro no es que estén equivocados, es que están borrachos de razón.

 

La Tercera España no existe. Es un ‘deus absconditus’ al que rezan muchas almas buenas confiando en que la promesa, algún día, acabe por cumplirse. Sobre recursos certeros pero manidos y hasta inductores del sueño (Chaves Nogales, los hunos y los hotros, una de las dos Españas ha de helarte el corazón…) cada poco tiempo en nuestro país se congregan algunos justos para reivindicar una cordura transversal. Siendo sinceros, diremos que la tercera España la componen muchas veces algunos huérfanos de izquierdas que en sus convicciones añoran, como quienes echan de menos la basquiña y el guardainfante, una izquierda jacobina, escrupulosa en el imperio de la ley, moderada en las formas y capaz de dialogar fraternalmente con el adversario. Un hierro de madera, vaya.

Para ser justos, en esa síntesis virtuosa también hay gente de-derechas-pero-poco, aunque siempre un algo. Gente que reivindica el pragmatismo de la economía de mercado y que, aunque trabaja una cierta ortodoxia en las maneras, jamás se identificaría con la derechona. En España, sospechan, cuando rascas todo son franquistas y sotanas, y en el fondo ellos lo que son es otra cosa. La tercera España nunca acaba de ser el héroe que se sueña, como don Quijote. Pero su problema no es que esté loca, sino que está borracha de razón, y cuando uno está en lo cierto tiende a pensar que con eso basta. Como las pobres parejas que confían en que con el amor es suficiente.

 

Pero la tercera España yerra, sobre todo, cuando aspira a configurar un nuevo partido a golpe de manifiestos y de defender lo razonable. ¡Un esfuerzo más!, que gritara Sade. Ahora, una colección de intelectuales de valía a los que admiro propone configurar la enésima mutación de un partido transversal que represente, sorpresa, a una España tercera. UPyD, Ciudadanos, Valents, Nexo… encarnan meritoriamente una misma utopía que, sin saberlo, supone un fracaso melancólico favorable al sanchismo.

Defender que la tercera España debe arraigar en una nueva formación política es asumir un marco petrificado en el que la gente razonable, prudente y leal no tendría espacio en nuestros dos partidos mayoritarios. Nuestro país no necesita una nueva oferta en el menú, lo que nos faltan son socialdemócratas cabales y legalistas dentro del PSOE y una derecha que no fibrile cuando escuche tres palabras en euskera. En ambos extremos cabrá mucha otra gente pero, sin estos mimbres en nuestros dos grandes partidos, España estará perdida y no habrá nuevo partido que la salve. La tercera España tan sólo debería ser la expresión prudente de cualquier ideología con una dosis de activismo democrático. Que nadie malogre esfuerzos y aprendamos a perder. En la única España que existe no cabe un solo experimento más.

 

ESA TERCERA ESPAÑA

Pedro G. Cuartango
ABC

 

El cainismo que domina el escenario hace viable la existencia de un partido que propicie pactos de Estado entre la izquierda y la derecha.

 

De las crisis casi siempre emerge algo nuevo. Este es el sentido del verbo griego ‘krinein’, origen de la palabra, que se utilizaba para expresar la necesidad de reformular una posición ante un cambio. Pues bien, la situación política en este país está sometida a un proceso de transformación que obliga a repensar las viejas ideas y ofrece la posibilidad del nacimiento de otras alternativas.

Es en este contexto de deterioro institucional y de desgaste de las dos grandes fuerzas políticas cuando ha surgido la iniciativa de un grupo de intelectuales, entre los que figuran Savater, Carreras y Trapiello. Han suscrito un manifiesto por la creación de un partido socialdemócrata que aglutine el espacio de centro que existe en la sociedad española.

 

La propuesta no es nueva porque ya lo intentó Rosa Díez al fundar UPyD tras abandonar el PSOE y también Ciudadanos, el partido promovido por algunos de los firmantes de este escrito, que inicialmente se presentaba como una fuerza socialdemócrata con aspiraciones de regenerar la vida política.

La cuestión es si hay posibilidades de que la iniciativa llegue a buen puerto y si esa «tercera España» de quienes suscriben este manifiesto podría tener sentido en este momento. Respondo a ambas preguntas que sí. La polarización y el cainismo que dominan el escenario político hacen viable la existencia de un partido que propicie los pactos de Estado entre la izquierda y la derecha y que ponga fin a la dinámica de confrontación. Como subraya el texto, estamos instalados en una «anormalidad democrática» que hemos acabado por aceptar como inevitable.

Resulta absurdo que el futuro de la nación esté hoy en manos de 25 diputados nacionalistas que no representan ni al 10 por ciento del electorado. Y ello no porque el sistema electoral desfigure la representación nacional, que no es así, sino porque el PP y el PSOE son incapaces de pactar en asuntos de Estado y llevar a cabo una regeneración ética.

La paradoja que se está produciendo es que, a pesar de que dos tercios de los españoles se declaran en las encuestas de centro derecha o centro izquierda, este espacio ideológico no está representado por ninguno de los dos partidos que se alternan en el poder. Por el contrario, Sánchez se ha metido en una deriva que le empuja a ceder al chantaje del independentismo y de un prófugo de la Justicia. Esto es sencillamente irracional e incomprensible.

Una de las alternativas para romper esta dinámica perversa sería la creación de ese partido socialdemócrata que, asumiendo la necesidad de cambios constitucionales para responder a los desafíos del presente, volviera a los valores de diálogo, fraternidad y concordia de la Transición. Soy consciente de las dificultades del empeño y de las críticas que van a surgir, pero merece la pena intentarlo.

 

TRAS UPyD y Cs, ES INVIABLE OTRO PARTIDO DE CENTRO

Ramón González Ferriz
El Confidencial

 

Parece que surgirá un nuevo proyecto político de centro. Pero si estos dos partidos fracasaron, ¿por qué deberíamos pensar que triunfará un nuevo intento con la misma gente y las mismas ideas?

 

Parece que surgirá un nuevo proyecto político de centro. O puede que dos. Sus impulsores formaron parte de UPyD y Ciudadanos. Sus propuestas son las mismas que las de UPyD y Ciudadanos. Cualquiera que se sienta centrista y aborrezca la política de bloques y la influencia del nacionalismo catalán en el Gobierno debería celebrar su aparición, como celebró la de UPyD y Ciudadanos. Pero si estos dos partidos fracasaron, ¿por qué deberíamos pensar que triunfará un nuevo intento con la misma gente y las mismas ideas?

 

El manifiesto fundacional del partido promovido por Fernando Savater, Francesc de Carreras y Andrés Trapiello, entre otros, se titula La tercera España. Cita los célebres versos de Machado sobre la alta probabilidad de que, en nuestro país, un bando u otro te acabe helando el corazón. Hace un retrato muy negativo de la situación política y culpa de ello al PSOE y el PP, pero más al primero y, en especial, a Pedro Sánchez. La solución que plantea es, «por racionalismo e instinto de conservación», la creación de un partido de izquierda socialdemócrata que apele a la «tercera España, hoy huérfana de representación». Por su parte, Edmundo Bal y Francisco Igea, ambos exdirigentes de Ciudadanos, presentaron ayer, junto a otros impulsores Nexo, una plataforma que estudiará la creación de un nuevo partido «reformista y progresista». También ellos mencionaron la orfandad de muchos centristas.

 

Los años del regeneracionismo

 

En la década posterior a la crisis financiera, la retórica centrista y regeneracionista generó entusiasmo entre algunas élites españolas y una parte relevante de la clase media joven. Ese era el momento idóneo, creíamos muchos, para impulsar importantes reformas de la Administración Pública, de la regulación económica y laboral, de la educación y del estado del bienestar. Muchas de las ideas que en esos años se plantearon en el interior de ese movimiento eran buenas y oportunas. Pero este tenía evidentes carencias y contradicciones que, en realidad, eran las mismas que han tenido todos los intentos regeneracionistas españoles desde el siglo XIX. Por un lado, era un movimiento abiertamente tecnocrático: los puntos principales de su programa de reformas eran obra de altos funcionarios, catedráticos de derecho y economía, intelectuales y profesionales de la política. Pero, al mismo tiempo, Rosa Díez adoptaba de vez en cuando una retórica populista contra la casta y el sistema. Por un lado, UPyD y Ciudadanos se definían como centristas, pero siempre estuvo claro que se encontraban más cerca de la derecha que de la izquierda. Albert Rivera nunca quiso pactar con el PSOE, aunque tuvo oportunidades inmejorables para hacerlo tras las elecciones autonómicas de 2019.

 

Esto último fue algo más que una contradicción coyuntural. Era su ADN. Lo que impulsó el nacimiento de estos partidos, y guio su posterior y fracasada trayectoria, fue la sensación de que el PSOE y el PSC habían traicionado a España en general, y a los fundadores de las nuevas formaciones en particular. Estos tenían muchas razones para pensar que el PSOE se había desviado del que consideraban su cometido principal: ser un partido de la izquierda liberal constitucionalista. Pero, en realidad, muchos de quienes hace quince años pusieron en marcha esos proyectos se habían pasado toda la vida decepcionados con el PSOE. Durante los años ochenta y los noventa, porque era demasiado de derechas y occidental —Savater hizo campaña por el No en el referéndum de la OTAN; Félix de Azúa, fundador de Ciudadanos, escribió artículos memorables contra la generación de socialistas que abandonó el obrerismo revolucionario por la corbata y el orden burgués—; a partir de los 2000, porque era demasiado de izquierdas y proclive al nacionalismo y no respetaba el legado de la Transición y el felipismo, que tanto habían criticado. Por supuesto, estoy a favor de que la gente cambie de opinión. Pero no tanto de que su autobiografía se convierta en la excusa para fundar partidos.

 

La causa más profunda

 

Por supuesto, la negativa a pactar con el PSOE no fue la única causa del fracaso del movimiento reformista. Ni será ese el único motivo del fracaso del nuevo intento (es revelador que el manifiesto La tercera España critique a todo el mundo, e insulte a la izquierda, pero reivindique la «concordia»; y un poco cómico que lamente el «peligroso fraccionamiento del electorado» pero proponga un nuevo partido que, en caso de llegar a cuajar, lo cual es improbable, lo fragmentaría aún más). Entonces, fallaron también la selección de personal, la estrategia política y, por encima de todo, los liderazgos de Díez y Rivera.

 

Pero seguramente hay una razón aún más dramática y profunda por la que ahora se producirá un nuevo fiasco: la falta de viabilidad de un partido liberal y centrista en España es estructural. No hay espacio electoral para él. Los experimentos fallidos han destruido la confianza de la mayor parte de centristas que, hace años, creyeron que el proyecto era posible. La nueva situación política es clara: cuatro partidos nacionales grandes no dejan espacio a uno nuevo. El clima de polarización hace la vida imposible a quien aspire a ejercer de bisagra. La izquierda española no se ha aliado con el independentismo a causa de las malas ideas, y las necesidades demasiado evidentes, de Sánchez: su alianza es estructural y seguirá ahí cuando Sánchez se haya ido.

 

Es cierto que algunos votantes centristas nos sentimos huérfanosPero somos muy pocos. Estamos sobrerrepresentados en los medios de comunicación y en algunas capas tecnocráticas de la sociedad. No hay coherencia ideológica entre nosotros. No hay ningún liderazgo verosímil. Y ya nos hemos acostumbrado al dilema que supone escoger entre la derecha y la izquierda. A estas alturas, eso es más fácil de tragar que ver cómo vuelve a fracasar el centrismo porque una docena de hiperactivos promotores creen que, haciendo las cosas de la misma manera una vez más, van a obtener un resultado distinto

 

 

Compártelo en