Una defensa marxista de la familia
Análisis en La Razón Comunista.
Manuel Díaz Uribe.- La Razón Comunista
Desde las filas del anticomunismo, a los comunistas siempre se les a acusado de buscar la destrucción de la familia como base de la sociedad, entre otras muchas calumnias y difamaciones vertidas. Y lo peor es que buena parte de las izquierdas, en especial las indefinidas, han asumido esta acusación como algo verdadero y de lo que hay que enorgullecerse. En estas breves líneas pretendo demostrar que los comunistas jamás han buscado la destrucción de la familia sino que, en todo caso, han buscado su superación y perfeccionamiento.
La familia es una de las instituciones humanas más antiguas aún en funcionamiento que se conocen, siendo la unidad básica en la que se han organizado diferentes modos de producción y sociedades políticas a lo largo y ancho del mundo durante toda la Historia de la Humanidad. Esto ha hecho que haya sido un objeto de estudio desde diferentes corrientes y, también, que haya sido reivindicada desde diferentes posturas políticas como un pilar fundamental en su escala de valores.
El marxismo, como corriente filosófica (fundamentada en el Materialismo Histórico) y como ideología política, no ha sido tampoco una excepción, pues fenómeno de la familia atrajó la atención de los teóricos marxistas prácticamente desde prácticamente los comienzos (incluso, como veremos más adelante, se le dedican unas pocas líneas en el Manifiesto del Partido Comunista). Y prácticamente desde la aparición de los primeros comunistas consecuentes, al marxismo le llovió toda clase de difamaciones, mentiras y calumnias por parte de la burguesia y sus palmeros, acusando a los comunistas de, entre otras cosas, buscar la destrucción total de la familia y su sustitución por una sociedad atomizada en la que los vínculos familiares, considerados sagrados por estos anticomunistas, desapareciesen para siempre. Esta mentira se vió ampliada a lo largo de décadas por la aparición de movimientos surgidos a raíz de Mayo de 1968 y asociados activa y pasivamente con la degeneración del movimiento obrero ciertas partes del mundo, especialmente de Europa Occidental y Norteamérica, enmarcado a su vez, como comentaremos más abajo, en un proceso cuyo objetivo era la destrucción de la clase obrera y de la cultura de la solidaridad.
Y es que el concepto de la «antifamilia» ha sido de los más aupados por los enemigos de la clase obrera organizada, como parte de la Leyenda Negra Anticomunista, para intentar desmoralizarlos y apartarlos del único camino capaz de lograr su emancipación. Porque si hay una ideología y un modo de producción que haya sido el que más ha hecho por destruir a la familia y sus vínculos ha sido precisamente el capitalismo.
Ya en el propio Manifiesto más arriba citado, Marx y Engels comentaron la acusación que recaía sobre los comunistas entorno al supuesto objetivo de buscar la abolición de la familia. Sin embargo, lo que hacen ambos autores es demostrar que es el capitalismo y la burguesía quienes niegan y anulan la familia para el proletariado, afirmando que las bases sobre las que descansa la familia burguesa está asentadas en las relaciones de dominación que establece el modo de producción capitalista. Así afirman lo siguiente:
«Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución.
Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.
¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres? Sí, es cierto, a eso aspiramos.
Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social.
¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.
Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.»
Como podemos apreciar en estas líneas, no es precisamente una hostilidad hacia la familia lo que vemos, sino hacia una forma concreta de familia, la que nace de las relaciones de producción capitalistas, o sea, la familia burguesa. En los escritos de Engels y Marx, cuando se trata este tema, no se habla contra la idea de familia, sino como en el ámbito de la familia en la sociedad burguesa existe unas relaciones en las que los miembros de la familia no eran más que otras «propiedades» al servicio del cabeza de familia. Es decir, de lo que se hablaba era de que, de la misma forma que con el modo de producción socialista, se abolía la explotación del hombre por el hombre, en el ámbito de las relaciones se aboliría las relaciones de poder que conllevaba la extrapolación de las formas de propiedad al ámbito de la familia.
Además estas confusiones no vienen tanto de ideas «anarquizantes» (cosa que es errónea porque en el anarquismo se pensaba igual en lo que respecta al tema de la familia y la mujer) sino de la propaganda anticomunista que ha llovido precisamente desde la aparición de la Liga de los Comunistas desde 1848, tal y como se dice en el Manifiesto:
«¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las mujeres!
El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer.
No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.
Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.
Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.»
Lo que Marx y Engels veían repugnante, y con ellos los comunistas, era el concebir a la mujer y los hijos como meros instrumentos de producción al servicio del padre de familia imbuído como patriarca absoluto. En el capitalismo, la familia ya no es la unidad básica de la sociedad, lo es el capital, la mercancía. Esto lo refuerza Engels, con un escrito suyo del año anterior, Principios del Comunismo (1847), en el que declara lo siguiente:
«Las relaciones entre los sexos tendrán un carácter puramente privado, perteneciente sólo a las personas que toman parte en ellas, sin el menor motivo para la ingerencia de la sociedad. Eso es posible merced a la supresión de la propiedad privada y a la educación de los niños por la sociedad, con lo cual se destruyen las dos bases del matrimonio actual ligadas a la propiedad privada: la dependencia de la mujer respecto del hombre y la dependencia de los hijos respecto de los padres. En ello reside, precisamente, la respuesta a los alaridos altamente moralistas de los burguesotes con motivo de la comunidad de las mujeres, que, según éstos, quieren implantar los comunistas. La comunidad de las mujeres es un fenómeno que pertenece enteramente a la sociedad burguesa y existe hoy plenamente bajo la forma de prostitución. Pero, la prostitución descansa en la propiedad privada y desaparecerá junto con ella. Por consiguiente, la organización comunista, en lugar de implantar la comunidad de las mujeres, la suprimirá.»
En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), que se basa principalmente en las notas de Marx sobre el libro La sociedad antigua, del antropólogo estadounidense Lewis Henry Morgan. Esta es obra sigue siendo fundamental para hacer un estudio diacrónico sobre como ha ido evolucionando la teoría marxista del Estado y la familia, porque bebe de la antropología de finales del siglo XIX, quedando muchas de sus tesis obsoletas con los avances que este saber ha adquirido a lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Por ejemplo, Engels acierta en separar sociedades políticas protoestatales del Estado, que surge con la guerra y con la esclavitud, pero, en cambio, ignoraba que no todas las sociedades preopolíticas tenían una división sexual del trabajo clara (y en algunos ni siquiera llega a darse un surgimiento del patriarcado).
Esta obra es usada por los anticomunistas y los izquierdistas indefinidos que son contrarios a la familia (a la que tachan alegremente de «capitalista y patriarcal») como una demostración de que los comunistas buscan la destrucción de la familia y su sustitución por un «amor libre» colectivizado. ¿Pero qué vemos en esta obra cuando Engels teoriza sobre cómo será las relaciones, y con ellas la familia, en el comunismo? Pues lo siguiente:
«Caminamos en estos momentos hacia una revolución social en que las bases económicas actuales de la monogamia desaparecerán tan seguramente como las de la prostitución, complemento de aquélla. La monogamia nació de la concentración de grandes riquezas en las mismas manos -las de un hombre-y del deseo de transmitir esas riquezas por herencia a los hijos de este hombre, excluyendo a los de cualquier otro. Por eso era necesaria la monogamia de la mujer, pero no la del hombre; tanto es así, que la monogamia de la primera no ha sido el menor óbice para la poligamia descarada u oculta del segundo. Pero la revolución social inminente, transformando por lo menos la inmensa mayoría de las riquezas duraderas hereditarias -los medios de producción- en propiedad social, reducirá al mínimum todas esas preocupaciones de transmisión hereditaria. Y ahora cabe hacer esta pregunta: habiendo nacido de causas económicas la monogmia, ¿desaparecerá cuando desaparezcan esas causas?.
Podría responderse no sin fundamento: lejos de desaparecer, más bien se realizará plenamente a partir de ese momento. Porque con la transformación de los medios de producción en propiedad social desaparecen el trabajo asalariado, el proletariado, y, por consiguiente, la necesidad de que se prostituyan cierto número de mujeres que la estadística puede calcular. Desaparece la prostitución, y en vez de decaer, la monogamia llega por fin a ser una realidad, hasta para los hombres»
Como vemos en esta línea, aquí no hay ningún alegato contra la familia y en favor de la comuna poligámica de la que anticomunistas acusan a los marxistas y de la cual ciertos sectores de la izquierda indefinida. De hecho no es una apología de la poligamia contra la «monogamia capitalista», sino que por el contrario se podría interpretar como una oda a la monogamia y hacia su definitiva consolidación de la misma, sólo que desde las coordenadas del marxismo también se busca esta monogamia para el hombre, pues se busca que la monogamia sea una realidad para mujeres y hombres y no como era en el modelo familiar burgués: poligamia para el hombre y monogamia para la mujer.
Por lo tanto, ¿Buscaban los comunistas la abolición de la familia según Marx y Engels? Pues sí y no. Es decir, cierto es que se habla en el Manifiesto de abolición de la familia, pero debemos tener presente que siempre que Marx y Engels hablaban sobre la «abolición» de cualquier institución o concepto, esto se dice en referencia al concepto hegeliano de «Aufhebung», que viene a significar «superación» [1]. Por lo tanto, cuando en la dialéctica hegeliana se habla de «superación» (traducido también como «abolir», «preservar y trascender», «eliminar y mantener») se refiere a que lo que se «abole» en realidad se anula y supera, absorbiendo los elementos positivos y formando algo nuevo. Y es que, a ojos de ambos autores, en tanto que el socialismo seria una superación histórica del capitalismo, la familia perviviría y seria monogama porque esta es fruto del desarrollo histórico y materialista. La mujer estaria emancipada y no seria una esclava en casa, y los cuidados y tareas se harian en igualdad y aupados por el Estado socialista. Lo que Marx y Engels critican no es la familia en sí, sino al modelo de familia que la burguesia ha construido en los obreros, donde las relaciones son mercantiles, las mujeres dependen del salario del marido y los niños están trabajando a la par de sus padres y sin recibir una educación.
En la misma línea, y profundizando más en el análisis, irá años después la escritora, revolucionaria y diplomática Aleksandra Kolontái, quien llegaría a ser Comisaria del Pueblo de Bienestar Social en la República Socialista Federativa Soviética de Rusia entre 1917 y 1918, con su escrito El comunismo y la familia (1918). En este documento se insiste de nuevo en la idea base de la abolición de la familia burguesa para instaurar sobre sus restos la familia proletaria, con una mayor base comunitaria sostenida por el apoyo mutuo y la fidelidad. Dice así Kolontái:
«Sobre las ruinas de la vieja vida familiar, veremos pronto resurgir una nueva forma de familia que supondrá relaciones completamente diferentes entre el hombre y la mujer, basadas en una unión de afectos y camaradería, en una unión de dos personas iguales en la Sociedad Comunista, las dos libres, las dos independientes, las dos obreras. ¡No más «sevidumbre» doméstica para la mujer! ¡No más desigualdad en el seno mismo de la familia! ¡No más temor por parte de la mujer de quedarse sin sostén y ayuda si el marido la abandona!
[…] El matrimonio se transformará desde ahora en adelante en la unión sublime de dos almas que se aman, que se profesen fe mutua; una unión de este tipo promete a todo obrero, a toda obrera, la más completa felicidad, el máximo de la satisfacción que les puede caber a criaturas conscientes de sí mismas y de la vida que les rodea.
Esta unión libre, fuerte en el sentimiento de camaradería en que está inspirada, en vez de la esclavitud conyugal del pasado, es lo que la sociedad comunista del mañana ofrecerá a hombres y mujeres.»
Visto todo esto, cabe preguntarse, ¿A qué intereses responde entonces la ofensiva contra la familia que se ha experimentando en los últimos años desde diferentes grupos y corrientes ideológicas? No parece ser que sea a ese espantajo que los anticomunistas y demás enemigos, conscientes e inconscientes, de la clase obrera llaman «marxismo cultural» (un palabro despectivo al mismo nivel que el actual de moda «rojipardo» o «woke»
Al capitalismo, en este nuevo ciclo de cambio en el que entró a partir de la Crisis de 2008 la familia ya no le representa un activo, sino que por el contrario le supone un obstáculo en su meta, que no es otra que la destrucción de la clase obrera como clase social consciente y organizada, mediante el borrado de la cultura de la solidaridad [2]. La clase obrera de los diferentes paises de Europa de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial todavía conservaba importantes rasgos de una concepción del mundo solidaria y tradicional, heredera de su origen campesino. Esta clase obrera, en su mayor parte, desconocían los postulados teóricos del movimiento obrero y había asumido los mismos como expresiones actualizadas de sus ideales tradicionales de solidaridad. La reconstrucción de posguerra, el fuerte desarrollo económico, la consolidación de la sociedad de consumo del capitalismo angloestadounidense, el Estado de Bienestar para frenar la posible expansión del Bloque Soviético y el proceso de alienación social e ideológica sufrido llevó a la clase obrera, y a la sociedad de Europa Occidental al abandono de la cultura de la solidaridad.
En el caso concreto de España, la última ola industrializadora tuvo lugar en las décadas de 1950 y 1960, acompañada de un proceso migratorio también masivo que transformó tanto las ciudades de destino como los pueblos y zonas rurales de procedencia. Los nuevos habitantes urbanos, en su también nueva condición de obreros, llevaron con ellos su cultura de la solidaridad de naturaleza campesina y tradicional. En las ciudades y en las fábricas se encontraron con obreros que ya poseían otra cultura de la solidaridad, la de clase, pero también se encontraron con el modelo antropológico individualista dominante en el entorno urbano, en el cual serían educados las generaciones posteriores.
Con la destrucción del tejido industrial español a partir de la década de 1980 [3], la clase obrera se fue convirtiendo cada vez más en una categoría extraña, pues con la llamada «reconversión industrial», los trabajadores se vieron forzados a reciclarse y/o reconvertirse en cooperativistas, en autónomos de toda clase, etc, pasando a incorporarse como parte de un complicado entramado de empresas contratistas y subcontratistas donde se confundía el límite entre el obrero y el pequeño empresario y que obligó o convenció a muchos de ellos a convertirse en empresarios de otros y de sí mismos, con todo lo que ello conlleva.
Al final de este proceso, sólo se puede constantar trágicamente la desaparición del proletariado como clase social en sí y para sí, es decir, siguen existiendo los trabajadores, pero con sus modelos políticos y antropológicos derrotados, a día de hoy ya no existe la clase obrera como sujeto político. Ya sea en la familia, en el clan, en la tribu o en la nación política moderna, la solidaridad va estrechamente relacionada con la unidad, por lo que la falta de solidaridad se traduce inmediatamente en el debilitamiento y fractura de la unidad y la cohesión, ya sea esta familiar, tribal, social o nacional. Y el capitalismo intenta barrer con la familia en tanto que le estorba en su atomización de las personas hasta dejarlas sin lazos sociales, algunos de largo recorrido, de siglos, para finalmente llegar a convertirnos en individuos aislados y alienados, sin referentes tradicionales comunitarios básicos, entregados a la producción de plusvalor y al consumo hedonista, lo que deja a los trabajadores huérfanos y solos frente al poder del capital financiero transnacional [4].
La familia se trata de la célula antropológica básica que ejerce como núcleo configurador del individuo, sea el tipo de familia que sea (tradicional, monoparental, homoparental, etc.). Las clases de trabajadores son, sobre todo, clases donde hay familias y la familia como institución es a día de hoy mucho más subversiva contra las nuevas formas del capitalismo que toda la polisinodia de conceptos que desde el neoliberalismo se ha desarrollado para mercantilizar las relaciones humanas. Ahí tenemos el ejemplo cercano de cómo la clase obrera sobrevivio en mayor medida a la crisis que provocó el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, gracias a los lazos de solidaridad comunitaria que seguían vigentes en las familias.
La comunidad política que se ha de construir desde las coordenadas del marxismo ha de permitir a las familias su recurrencia, su sustento, el que todos sus miembros puedan vivir bien y no estar sometidos a terceros. Ningún miembro de la misma debe verse fuera del derecho al acceso a los recursos del Estado, de su gestión y de su explotación. Mientras haya familia, hay comunidad; y mientras haya comunidad, hay solidaridad; y mientras haya solidaridad, hay esperanza.
Principios del Comunismo (1847), de Friederich Engels: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/47-princi.htm
Manifiesto del Partido Comunista (1848), de Karl Marx y Friederich Engels: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), de Friederich Engels: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm
El comunismo y la familia (1918), de Aleksandra Kolontái: https://www.marxists.org/espanol/kollontai/1918/001.htm
La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad (2015), de Antonio Fernández Ortíz.
[1] https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Aufhebung
[2] Para un análisis de este proceso recomiendo el libro La izquierda en la era de la confusión. Cultura, unidad y solidaridad (2015), de Antonio Fernández Ortíz, en especial el capítulo 4.- «La destrucción de la clase obrera y de la cultura de la solidaridad»
[3] Recomiendo la lectura del artículo de Alicia Melchor Herrera, publicado en La Razón Comunista, donde trata sobre la desindustrialización de España durante la Transición: https://www.larazoncomunista.com/post/el-robo-del-patrimonio-nacional-espa%C3%B1ol-durante-la-transici%C3%B3n-privatizaci%C3%B3n-y-desindustrializaci%C3%B3n
[4] A este respecto rescato a Shulamith Firestone, componente de la 3ª ola del feminismo, que en La dialéctica del sexo (1973), habla de un hipotético futuro distópico en el que la paternidad y maternidad naturales serían abolidas y sustituidas por comunas artificiales en las que los niños irían pasando de mano en mano hasta que encontraran una comunidad en la que se quisieran quedar. Además va más lejos en cuanto a las consecuencias que podrían traer asociadas estas comunas abiertas, y divaga sobre las posibles interacciones entre sus componentes y los niños itinerantes: «De esta manera, al carecer del tabú del incesto, dentro de pocas generaciones, los adultos podrían retornar a una sexualidad polimórfica […] que daría paso a unas relaciones físico/emocionales totales que incluirían […] la cantidad de sexualidad genital de la que el niño sea capaz -probablemente más de lo que creemos en la actualidad-.». También dejo para los lectores este artículo publicado en la web openDemocracy donde se aboga por la abolición completa de la familia utilizando como excusa la crisis del Coronavirus: https://www.opendemocracy.net/en/oureconomy/coronavirus-crisis-shows-its-time-abolish-family/
Manuel Díaz Uribe es estudiante de Historia en la Universidad de Sevilla.