CULTURAS
Román Slocombe
«La policia de París fue totalmente nazi.»
Xavi Allen.- La Vanguardia
El autor triunfa con su inspector Sadorski, un agente al servicio de los ocupantes.
Uno de los últimos fenómenos de la novela francesa incumple todos los preceptos de lo que hay que hacer para triunfar comercialmente. Su protagonista, el –digamos– héroe, es un policía en el París ocupado por los nazis que trabaja con pasión para los ocupantes: se dedica a cazar judíos –también a algunos comunistas– para que los envíen a los campos. Abusa de su poder, obligando a las mujeres a tener relaciones sexuales con él, es antisemita, torturador, pervertido, corrupto… y, sin embargo, cautiva a los lectores. Se llama Sadorski, Léon Sadorski, y su creador, el veterano novelista (y fotógrafo, y cineasta, y dibujante de cómic…) Romain Slocombe (París, 1953) lleva ya publicados seis títulos protagonizados por el tipo, de los que a España ha llegado el primero, El caso Léon Sadorski.
¿Cómo nació semejante personaje? “Cinco años antes, había escrito una novela –responde Slocombe, sentado en una librería barcelonesa– en la que el protagonista, un académico francés, denunciaba a su nuera judía. El policía que lo hacía cantar se basaba en un personaje real, Sadorski, llamado ‘el devorador de judíos’. Fui finalista del Goncourt y mis editores creyeron que el éxito se debía a que el protagonista era un auténtico cabrón, así que me pidieron seguir por ahí, y fui desarrollando al policía, que pasó de secundario a principal”.
No podía ser un policía simpático porque “los simpáticos fueron arrestados o deportados. La policía era absolutamente nazi. Los que quedaron eran mayoritariamente gente que no se quería complicar la vida, funcionarios que obedecían órdenes. Pero hubo una minoría que participó activamente y con pasión en la represión de los judíos”.
Que nadie se espere la habitual visión sombría de la ciudad. “Eso es un cliché. El París ocupado fue muy divertido porque la gente quería evadirse y echar unas risas. Fue la época en que se leyeron más libros y se fue más al cine. El metro estaba lleno y había muchas bicicletas, entre otras razones porque escaseaba la gasolina para los coches”.
Tampoco se mitifica la resistencia, en la que “hubo ejecuciones y ajustes de cuentas”. “Los historiadores han cometido errores –explica– porque en los años 50 y 60 no se podían consultar los archivos policiales y se basaron sobre todo en los propios informes de los resistentes, lo que escribían los comunistas a Moscú tras cometer un atentado. Lanzaban una granada contra una tienda y se iban corriendo, no se quedaban para contar las víctimas. Los heridos, los destrozos… aparecen en la ficha policial. A menudo había tan solo un herido o un muerto, alguien que pasaba por ahí, pero ellos ponían que habían matado a una docena de gente más importante para darse pisto ante la URSS y que les enviaran más dinero”. Para Slocombe, las historias de la resistencia a los nazis “son el western nacional de los franceses. En vez del saloon, el sepulturero o el sheriff, tenemos a la Gestapo, resistentes, deportaciones…”.
De momento, en Francia se han publicado ya seis novelas de Léon Sadorski, agrupadas en dos trilogías, que van de la ocupación a la liberación “y la posterior depuración, todo aquello desencadenó casi una guerra civil entre franceses. Y habrá una tercera trilogía”.
Sadorski, de origen tunecino, “está poblado de contradicciones porque es colaboracionista pero no le gustan del todo los alemanes, luchó contra ellos en la Primera Guerra Mundial. Los franceses eran educados en unos mitos que incluían a Juana de Arco y compartían una idea de sacrificio por la patria que hoy suena extraña, tal vez solo siga vigente en Ucrania, esa idea de morir por tu país”.
Sobre lecturas contemporáneas, opina que “hay paralelismos. Había dos tipos de judíos, los que llevaban más de 200 años en Francia, muchos de la burguesía, y que creyeron erróneamente que los alemanes no irían a por ellos, y luego los emigrantes pobres que ni siquiera hablaban francés, sino yiddish, como los polacos. De estos se decía que venían a quitarnos los puestos de trabajo, que traían enfermedades, que ocupaban plazas de hospital, que robaban… vivían hacinados en apartamentos sin baño, y la prensa aplaudía que se los llevaran”.
Con referentes como Simenon o Modiano, aquí lo importante no es descubrir a ningún asesino sino la reconstrucción minuciosa del día a día en el París de la ocupación, que el autor recrea huyendo del lugar común y con técnicas de historiador, hurgando en los archivos policiales de la época. Por ejemplo, “los semáforos no funcionaban, los apagaron todos, y seguimos viendo historias en que los coches se detienen ante la luz roja, ¡es imposible!”. Otra observación referida al tráfico: “La prioridad la tenían los vehículos alemanes. Había muchos accidentes porque no conocían la ciudad y circulaban de cualquier manera”.