¿Qué puede aprender España de las elecciones portuguesas?

Un análisis desapasionado de lo sucedido en el país vecino.

Ángel Rivero.- Fundación FAES.

La victoria abrumadora e inesperada, por no anunciada en las encuestas, de António Costa en las elecciones celebradas el 30 de enero pasado en Portugal ha dado lugar a todo tipo de comentarios sobre su significado y sobre las conclusiones que se pueden sacar de las mismas para la política española. Antes de que se abrieran las urnas, muchos en España apuntaron a que la inesperada remontada que las encuestas daban a Rui Rio, el líder del PSD, el principal partido del centro derecha portugués, avalaban una oposición amable con el gobierno, cosa que el electorado premiaba. Sin embargo, estos mismos comentaristas han callado al ver el fiasco del espejismo de Rio: la oposición amable ha sido castigada en las urnas sin misericordia. Otro tanto puede decirse, agravado, del CDS-PP, el otro gran partido de la derecha portuguesa que, tras haber sido desde 1974 el defensor de la democracia representativa frente a la amenaza del totalitarismo de izquierda ha naufragado hasta la desaparición queriendo ser el partido sensato, moderado, socialcristiano de siempre.

Los portugueses han castigado la moderación en la derecha, y han transferido una parte significativa del voto de centro derecha a partidos populistas como Chega! O a partidos como Iniciativa Liberal, que encarnan los radicalismos de la nueva derecha por los que el propio CDS-PP pasó cuando dejaba de ser un partido demócrata cristiano. La idea de Rio y de Francisco Rodrigues dos Santos, el líder del CDS-PP, de que a pesar de las querellas internas y de la falta de confrontación con los nuevos partidos populistas, el gobierno les sería entregado sin más, se ha mostrado como falta de todo fundamento. La derecha se ha dividido en el voto, pero ya estaba dividida al interior de los partidos y eso, al menos en Portugal, al final se paga. Chega! de André Ventura es un partido personalista y populista que busca movilizar los peores instintos y el temor social a beneficio de su fundador. En él ha encontrado refugio el malestar portugués y eso explica que haya pasado de la nada, un diputado, a ser la tercera fuerza política en la Asamblea de la República con doce. Una parte de la sangría en el voto de centro derecha portugués ha acabado aquí. La noche electoral Ventura no podía ocultar su entusiasmo, apenas empañado por el pequeño detalle de que el Partido Socialista había alcanzado una mayoría absoluta que, solo una vez antes, durante el primer gobierno Sócrates, había podido conseguir.

La otra vía de agua en la derecha portuguesa la protagoniza Iniciativa Liberal (IL), otro partido que ha pasado de tener un diputado en 2019 a convertirse en la cuarta fuerza de la cámara con ocho. El partido de João Cotrim Figueiredo hace profesión de liberalismo y anti-colectivismo, anti-Estado y anti-impuestos, pero más allá de debilitar a los partidos de gobierno del centro derecha su mensaje solo cala entre los ya convencidos y sus consecuencias prácticas son las mismas que las de Chega!, debilitar a la derecha. Se ha dicho también que a los portugueses no les gustan las mayorías absolutas y tampoco es cierto. A los portugueses les han gustado y mucho las mayorías absolutas de Cavaco Silva, solitario con el PSD, y las mayorías absolutas de las coaliciones electorales del centro de derecha, en particular de la Alianza Democrática (AD), pero lo que parecía que no les gustaba eran las mayorías absolutas de la izquierda. Como acabo de señalar, esta es la segunda mayoría absoluta que alcanza la izquierda en toda la historia democrática de Portugal, y las dos han sido protagonizadas por el Partido Socialista en exclusiva. El PS nunca ha conformado una coalición electoral con la extrema izquierda; nunca ha formado un gobierno de coalición con la extrema izquierda; y nunca ha invitado a la extrema izquierda a sumarse a sus gobiernos en minoría.

Si la fragmentación de la derecha y su resultado de inanidad es algo que puede aprender la derecha española de la portuguesa, aquí el recado es sobre todo para la izquierda española: el PS portugués gobernó en minoría a partir de 2015 con António Costa buscando sus apoyos parlamentarios a través de acuerdos de legislatura con los partidos de la extrema izquierda, pero nunca les invitó a formar parte del gobierno. En 2019 António Costa amplió el número de escaños de que disponía su partido en el parlamento, se quedó a diez de la mayoría absoluta, y prescindió de esos incómodos compañeros de viaje. Consiguió sacar los presupuestos de 2020 y 2021 gracias a la suerte y a las diputadas díscolas del PAN y de Livre para, finalmente, encontrase en 2021 con que la extrema izquierda se sumaba a la derecha al rechazar los presupuestos de 2022, lo que llevó a que el presidente de la república Rebelo de Sousa disolviera el Parlamento y convocara elecciones.

El resultado de las mismas ha sido devastador para la extrema izquierda. El Bloco de Esquerda (BE) ha pasado de diecinueve a cinco escaños; y los comunistas y su satélite ecologista de doce a seis. El voto de la izquierda se ha agrupado en el PS y ha favorecido la estabilidad política frente al aventurerismo de la extrema izquierda y ante la amenaza de los partidos extravagantes y chillones como Chega! o IL.

¿Qué se puede aprender de todo esto? En primer lugar, que los partidos divididos no son bien valorados y que la derecha fragmentada en partidos no suma, sino que resta. Los partidos del enfado consiguen mucha audiencia y pasan de lo testimonial a tener una representación respetable, pero son perfectamente inútiles a efectos prácticos porque favorecen aquello que en teoría no desean, el gobierno de la izquierda. Esto es así, porque el extremismo de derechas no solo debilita a la derecha mediante la fragmentación y la dispersión del voto, sino que moviliza a la contra a la izquierda que se agrupa como mecanismo de protección en una reacción negativa. A los portugueses no les gustan las mayorías absolutas de la izquierda, pero les gusta mucho menos el extremismo de izquierda y de derecha. Una derecha dividida en la que solo se escucha al que más grita es la vía más segura para un gobierno sólido de la izquierda, cohesionado y libre de ataduras con los extremistas. Si la derecha quiere ser fuerza de gobierno habrá de cohesionarse y confrontar con sus propios extremismos. Solo así revertirá una fragmentación que la debilita internamente y que actúa como elemento de movilización en la izquierda.

Autor: Ángel Rivero, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma.

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