IDEAS

Pero es de derechas

Hay demasiadas circunstancias en las que la condición conservadora se asume como una falta o, en el mejor de los casos, como una enfermedad rara.

Diego S. Garrocho.- ABC

La frase la habrán escuchado en distintas circunstancias. Se enuncia con cierta condescendencia, intentando establecer una complicidad entre quienes participan de la conversación. Es un guiño sutil, casi un recurso puramente fático que refuerza el acuerdo implícito entre los hablantes. En un momento dado, en una conversación amical, alguien enuncia las virtudes de alguna persona ausente: Manolito qué amable es, y qué culto, suspiran. Es además una persona alegre y dadivosa, educada e incluso inteligente. La loa sigue en un proceso ascendente de acumulación para que, después de la retahíla de adjetivos laudatorios, se remate la tanda con una coda explosiva como el cohete de Elon Musk: «pero es de derechas».

El valor de este estrambote no es informativo y la clave del aserto radica prioritariamente en el ‘pero’. Esa conjunción adversativa condensa uno de los mayores defectos de nuestra cultura política. Un prejuicio arraigado, una querencia antidemocrática que amaga con expulsar a las opciones liberales o conservadoras del espectro político legítimo. En no pocos contextos el ser de derechas se proyecta como un defecto de factura en quien, en virtud de su bonhomía, erudición o simpatía, debería estar destinado a mayores cotas de dignidad como sería el ser de izquierdas. O decirse de izquierdas, ya que el amor al progreso es siempre una cualidad autodesignada.

Hay demasiadas circunstancias en las que la condición conservadora se asume como una falta o, en el mejor de los casos, como una enfermedad rara. En las industrias creativas o culturales es común el asumir, en cualquier conversación, que el pH natural del contexto debe ser naturalmente de izquierdas. Eso ha permitido que algunos conversadores imprudentes se alivien las costuras profiriendo chistes cargados de ideología en la presunción de que quienes los escuchan son necesariamente de su cuerda. Y todavía queda algún nostálgico capaz de levantar los brazos hacia el público después de perpetrar una travesura tan inane como hacer un chiste sobre curas. Lo mejor es verlos exhibir su mofa como si hubiera sido una pillería verdaderamente valiente. El afán heroico de meterse con la Iglesia en 2023: la aventura.

Todavía resta, bajo este clima, la aviesa candidez con la que algunos alardean de su tolerancia advirtiendo que tienen un amigo de derechas que además es buen tipo, destacan, imputándole la excepcionalidad del gen albino. Estos últimos suelen participar del mito del ‘facha bueno’, una especie cuasi extinta a los ojos de algún progresismo demodé desde el que asisten a esta excepción estadística con la admiración sorprendida de los antiguos exploradores. Ese conservador cabal para algunos es un oxímoron y resulta tan insólito como una planta rara o como una criatura fantástica.

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