DE ACTUALIDAD

Los señoritos del siglo XXI

Lo que se nos escapa de las clases altas.

Esteban Hernández.- El Confidencial

Los viejos estereotipos sobre las élites siguen activos, en parte porque no se ha entendido la nueva naturaleza de los verdaderamente ricos. Esa incomprensión genera efectos políticos sustanciales.

¡Menos protocolo y más patatas!, la novela de José Miguel Fernández Sastrón, exmarido de Simoneta Gómez-Acebo, hija de la infanta Pilar de Borbón, ha dado más munición a quienes caricaturizan a las clases altas españolas a partir de los viejos estereotipos, con señoras de apellidos compuestos que tienen su propio capellán, hijos vagos en consejos de administración de empresas familiares, las fincas y demás. Lo cierto es que los nuevos señoritos, las nuevas élites, distan ya de tales retratos.. Y no porque hayan constituido una clase avanzada, sino porque están de regreso: se parecen más a la clase rentista que componía la aristocracia británica de finales del XIX.

 

Lo que define a la nobleza económica contemporánea tiene que ver con la construcción de un mundo aparte, que no es afectado por las cuestiones esenciales de la vida en común. Lo señala bien Fernández Sastrón cuando describe las comidas en los restaurantes madrileños, en especial en Horcher, «un punto de encuentro. Es una especie de sede de toda la vida de los viejos y nuevos ricos. Las conversaciones que mantienen entre ellos las podríamos imaginar, desde fuera, relacionadas con las altas finanzas y no lo son. De lo que en realidad hablan es de la amante del otro, del vino carísimo que beben y de la próxima montería o viaje. Y acaban los almuerzos con la frase típica de «lo tuyo ya te lo arreglo después».

 

No hablan de finanzas, sino que sus conversaciones giran alrededor de chismes y ocio porque pueden permitirse una vida al margen, aquella que no es perturbada por aquello que sí nos preocupa al resto de los mortales. Pueden ignorar la política, porque entienden que la capacidad de los dirigentes nacionales de causarles daño es limitada, y la economía les perturba poco, ya que poseen recursos suficientes. Están alejados del cuerpo social y por lo tanto lo que pasa ahí fuera no les importa demasiado.

 

Lo explica de una manera directa, desde el dilentantismo y la ironía, Janan Ganesh, columnista de Financial Times: «¿Inflación? Puedo ahorrar sin sufrir. ¿El malestar de Europa? Soy móvil. Puedo escabullirme. La escena gastronómica de Singapur ha evolucionado mucho. ¿El Brexit? Las víctimas directas son los pequeños exportadores, los artistas en gira, o los investigadores científicos, no los columnistas mimados como yo. Londres es más cosmopolita, no menos, que en 2016. ¿Las infraestructuras? Algo precioso si vives en una región remota o desfavorecida, pero las principales ciudades del mundo rico están bien dotadas. ¿La educación? ¿El futuro lejano? ¿Las grandes guerras por los recursos de la década de 2070? No tengo hijos por los que temer. Amigos, parece que he salido de la Historia. Fuera de los temas obvios y eternos de los impuestos y la ley y el orden, el día a día me afecta poco. Me resulta estimulante observar la política, pero como un zoólogo observa una colonia de wombats».

Esta es la descripción real de una clase social que vive al margen, ya que posee los recursos y la posición precisos para no preocuparse de nada más que de malgastar su tiempo de ocio. Cuando se habla de la secesión de las élites es precisamente a esto a lo que se alude, a gente que puede vivir y disfrutar de su tiempo sin alterarse por las acciones de los políticos, la subida de precios o las transformaciones en el empleo. Parte del deseo aspiracional que circula por la sociedad tiene que ver con esto. También nos gustaría disfrutar de nuestra existencia sin preocuparnos de todas las fricciones que la vida cotidiana nos genera: obligaciones, pagos, programas políticos que nos afectan, preocupaciones ligadas a lo material y tantas otras cosas. Pero no podemos, porque vivimos en sociedad y no podemos separarnos de ella. Los ricos tampoco, pero a veces se van demasiado lejos.

 

Este es uno de esos momentos: se ha creado una capa social semejante a la aristocracia británica de finales del XIX, la que vivía de las rentas de la tierra. La de ahora es también rentista, pero su fuente de ingresos es otra.

 

Esta clase ha quedado constituida por la economía forjada en la era de la globalización feliz. Las fábricas se llevaron a China y el nivel de vida de las clases medias y de las trabajadoras occidentales decayó para que esta nueva nobleza del siglo XXI pudiera vivir su tiempo sin roces con la realidad. La globalización no se puso en marcha para generar más eficiencia económica, para que la productividad aumentase o para que la competitividad fuese mayor, sino para asentar la separación de estas élites.

Ganar sin aportar siquiera capital

Uno de los mejores ejemplos de la economía rentista que se ha creado, y de cómo nos está influyendo, son los supermercados británicos. Como asegura Bloomberg, cadenas como Wm Morrison y Asda están siendo investigadas por, entre otros motivos, no trasladar la bajada de los precios a los consumidores. Ambas cadenas están soportando una enorme deuda contraída por los financieros que las adquirieron en 2021, y como esa deuda es ahora más cara por la subida de tipos, necesitan obtener más beneficios. Según asegura Liam Byrne, ex ministro laborista del Tesoro que preside el comité de negocios y comercio del Parlamento, «hay entre cuatro y cinco minoristas altamente apalancados como Morrison y Asda, empresas que emplean a cientos de miles de personas y que son propiedad de firmas de capital privado que están asumiendo oscuros riesgos. Es peligroso para el capitalismo británico«.

Por explicarlo de otra manera. Los fondos de private equity compraron esas cadenas con dinero que obtuvieron prestado a cuenta de las empresas adquiridas. Normalmente, esos fondos, después de recortar todo tipo de costes, suelen vender la firma al cabo de un tiempo, generalmente cinco años, a otros fondos o a empresas del mismo sector comercial. No producen nada, simplemente compran algo ya existente con dinero que no aportan para venderlo tiempo después. Como lo hacen sin apenas invertir, las firmas adquiridas se cargan de deuda. Como hay que hacerlas eficientes, suelen recortar en mano de obra y en costes de proveedores. Y como la deuda hay que abonarla, los consumidores deben pagar precios más elevados. Esa es una de las principales causas de la inflación en los alimentos en Reino Unido. No es algo que ocurra en el extranjero, es una constante de este tipo de capitalismo.

 

El rentismo no lo constituyen, como se suele afirmar en redes sociales, esas personas que tienen un par de pisos para alquilar; no se trata de gente mayor robándole la vida a los jóvenes. El rentismo es una estructura de la economía que impulsa lo contrario del trickle-down: se trata de que el dinero fluya de abajo hacia arriba. El capital está organizado de tal manera que ya no necesita inventar nuevos productos o servicios, ni poner en marcha nuevos negocios. Se limita a estar presente en el accionariado de grandes empresas monopolistas u oligopolistas, muchas de ellas de sectores que fueron públicos, para aprovechar su poder de mercado y conseguir el mayor beneficio posible; o a realizar prácticas como las de Asda y Morrison en las que está inmerso buena parte del private equity; o a invertir en instrumentos ventajistas como el high frequency trading.

El libre mercado contra las clases medias altas

La separación entre las vidas de la nueva nobleza rentista y las nuestras es también la separación de sus economías y las nuestras. La mayor parte de la gente realiza una tarea por la que recibe una retribución, ya sea en forma de salario o de beneficio si es autónomo o tiene una empresa. El tipo de estructura en que se apoya la clase rentista no lo necesita, le basta sentarse a esperar que el dinero fluya de abajo arriba a través de mecanismos que extraen recursos de la economía productiva. Por eso en tantas ocasiones las cifras macroeconómicas y las de la economía cotidiana no encajan.

Este es uno de esos momentos. La inflación, con la pérdida de nivel de vida que aparejan precios tan elevados, en especial en los bienes esenciales, es el coste que estamos pagando para que los números cuadren por arriba. Como en crisis anteriores, es el común de los ciudadanos el que paga la factura.

 

Esta dinámica es la causa última del malestar de mucha gente, ya que deben encajar los golpes de la estructura económica que se articuló en la era del orden basado en reglas. Se menciona con mucha frecuencia la influencia política de los perdedores de la globalización, clases trabajadoras y habitantes de territorios en declive que giran hacia las derechas, pero se habla menos de un sector relevante, que constituye otra clase perdedora. A menudo, la gente enfadada suele pertenecer a clases medias y medias altas que apoyan el libre mercado y que creen que el programa de ley, orden y bajos impuestos que proponía Ganesh es el que solucionará sus problemas.

Quién puede desaparecer en un avión privado

Son gente que espera del Estado y de la democracia respeto a las instituciones, un buen funcionamiento de la justicia e impuestos bajos y que apoya a opciones políticas que basan su oferta electoral en esas promesas. Pero serán sistemáticamente defraudados, porque no es a ellos a quienes se está apelando. Los impuestos son un gran ejemplo: son más bajos que nunca para los grandes sectores rentistas, pero muy elevados para los trabajadores, los autónomos, las pymes e incluso los pequeños rentistas. Las bajadas de impuestos de los últimos tiempos no han ido destinadas a las clases sociales que los reclaman, sino a los rentistas. Y lo que estos dejan de aportar, debe afrontarlo el resto de la sociedad. Entre otras cosas, porque la deuda pública (a menudo en manos de grandes inversores) tiene que ser devuelta, y los impuestos también se destinan a eso. De modo que se produce la paradoja de que estas clases sociales molestas que esperan ley, orden y bajos impuestos están votando a opciones políticas que difícilmente van a cumplir lo que les prometen. Cuando se han desarrollado programas de gobierno que han ido en esa dirección, y el de Milei es un caso evidente, las consecuencias han sido dos: empobrecimiento de sus nacionales y satisfacción de los grandes acreedores rentistas, porque es justo el programa que necesitaban.

Esas clases medias y medias altas no han entendido todavía cómo funcionan las cosas, y por eso continúan dando su apoyo a opciones políticas que les mienten. Una anécdota descrita por la periodista Linette López, que la presenció en una edición de SALT, la gran conferencia de los inversores estadounidenses, ilustra hasta qué punto las vidas de las clases de verdad rentistas y las de las medias altas divergen. López preguntó a un multimillonario por la incertidumbre política, y la respuesta que recibió fue franca: a él no le preocupaba, porque tenía su dinero en las Islas Caimán o en Las Bahamas, y vivía un poco en todas partes. Pero, advirtió, para los simplemente ricos era otra cosa: «Ellos tienen que pagar la universidad de la Ivy League de sus hijos, la hipoteca de su casa de los Hamptons y los bienes de lujo que han adquirido. A ellos, la inestabilidad sí les puede perjudicar». Y, añade López, «acto seguido, subió a su avión privado y desapareció».

 

De manera que, salvo quienes puedan desaparecer en un avión privado, todos los demás están atados a su territorio. La secesión de las élites es posible para una parte muy, muy pequeña de la población. Defender el mismo programa político que ellas no parece una buena idea.

El camino de salida

Dos advertencias finales. Ganesh termina su artículo señalando que «la vida extrapolítica les parecerá a algunos inhumana. Para mí es un milagro de la modernidad. Lo que no será por mucho tiempo es excepcional». Tiene razón. Las cosas están cambiando. Hay suficiente gente enfadada con el tipo de economía existente como para provocar un giro. Y quizá en una mala dirección, porque la gente que reside en la vida extrapolítica desea conservar su posición de privilegio, lo que obliga a participar en la política de manera muy activa para mantenerla. Apoyarán opciones perniciosas. Toda la retórica sobre el autoritarismo tiene en estos sectores un apoyo sustancial.

 

La segunda cuestión, relacionada con la primera, es la condición indispensable para que la salida de este enredo sea positiva para una mayor parte de la población. La época que viene tras la globalización feliz es incierta, y aunque se estén adivinando ya los caminos que va a tomar, todavía no están bien definidos. Pero, gire hacia donde gire, si no nos alejamos de manera radical de esta estructura rentista de la economía, el mundo va a ser mucho más duro. Las transformaciones del orden global no van a ir solo de EEUU contra China, de rusos e iraníes o de las consecuencias de la guerra de Gaza. La economía planificada de los rentistas, que fueron los principales beneficiarios de los años globales, nos ha metido en un lío notable en todos los niveles y, para salir de él, tenemos que reorientar de manera decidida nuestras estructuras hacia lo productivo. De lo contrario, todo será arriba y abajo, señores y sirvientes, y no hay mejor manera de que Occidente decline en el mundo.

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