Los pijopasta de barrio

La nueva «gauche caviar».

Galo Abrain.- El Confidencial

Son los ganadores de la globalización. La izquierda ‘cool’ y ‘trendy’ que se deja ver con migrantes y precarios en los barrios en proceso de gentrificación para luego remontar a sus apartamentos de las zonas bien.

Han llegado… ya están aquí. Son la ‘gauche caviar’ del barrio. Los polinizadores de moral. La ‘jeunesse dorée’, o los ‘Dandis de Bloomsbury’ de los barrios alternativos. Su estilo es líquido y mixeado, pero indudablemente elegante. No buscan destacar en pomposidad burguesa, eso sería como una declaración de origen. Casi caen en la sobriedad excéntrica. Camiseta, sí, pero de color almizcle pardo y con un precio de tres cifras. No pasa desapercibido su ‘look’ artístico con destacadas preocupaciones ideológicas. Salen a ronear por los barrios de Lavapiés y el Raval con precarios y migrantes, sintiéndose parte del vulgo, pero con un gran sentimiento de realización y seguridad. Dicen ser los mejores representantes de la diversidad cultural. Son amantes poliamorosos, laicos creyentes de sí mismos, ¡educadores comprometidos con resolver las herejías a la modernidad superior! Y, por el camino, críticos de todos los parroquianos desfasados que se arrastran por su nuevo territorio en proceso de gentrificación.

Su capacidad para empatizar con la plebe ideológica se limita en jugarse su propia posición. Se vanaglorian de las limosnas sociales porque, en el fondo de sus corazones, no aspiran a mayor cambio. No vaya a ser que peligre el pisito en propiedad que está inscrito en la herencia, o que el KIA EV6 para el que acaban de pagar la entrada, porque si algo se ha de ser es ecológico, ¡válgame Greta!, se critique abiertamente por contaminar en su producción lo mismo que contamina en varios años el Ford Fiesta del camarero de su ‘gastro healthy’ favorito. Porque somos progres, pero no tontos. Aceptar un alto impuesto de sucesiones, o ir en transporte público, hace años que no es ‘trendy’. La ‘story’ en Instagram del viaje a la Costa Brava —paraje natural que deja de serlo en cuanto lo pisas y compartes— con el carrazo ECO de corte agresivo, pero familiar, fue un bombazo. ¡La releche! Como cuando a Marcos, que en 2005 era ‘rocker’, en 2010 era emo, en 2015 rapero y en 2020 trapero, le dio por decir que era género fluido. Él, que en su vida había demostrado actitud que no fuese la heterobásica, se calzó de pronto la brillante chaqueta de no definirse femenino, masculino o no binario. Desde entonces, triunfa que no veas, el ‘elle’. Hasta se permite el lujo de vanagloriarse de ser una víctima del patriarcado, por más que su ‘fluctuación de sexo esporádica’ tenga fecha de menos de un año y, ¿para qué engañarnos?, no se aprecie ninguna diferencia, excepto que algunas ‘hippies’ despistadas se rinden con más facilidad a sus pies.

 

¡Ojo!, eso sí, de ciento a viento interrumpe la conversación para recalcar que, si se lo ha tildado de ‘él’, ahora hay que hacerlo de ‘ella’ y, en mitad de la noche, con una cantidad fluida de alcohol que va desde la cerveza al vodka, pasando por chupitos de tequila, que prefiere no ser ninguno de los dos. Es ‘cool’ salir con alguien tan alternativo, tan poco doctrinal. Ni siquiera parece indignar que se permita comparar sus dramas con los de Luis, antes Luisa, que lleva toda la puta vida peleando por sentirse cómodo en su piel y que el mundo a su alrededor, que muchas veces lo ha despreciado por ello, lo acepte. Marcos, a quien como mucho se le podría atribuir una leve androginia, no ha tenido mayor drama que leer a Sally Hines

 

Porque no importa si Marcos lo hace de corazón, o de filtro, lo relevante es su derecho a la diferencia, ¡su batalla contra la uniformidad!, olvidando, como dice Jorge Freire, que «lo que nos hace ser nosotros no es, precisamente, lo que más nos diferencia de los demás». Poco importa… Su padre tiene un apartamento en Goya la mar de chachi, y su empresa textil ha comenzado a producir con materiales orgánicos, destacando, además, por un cuadro ejecutivo con una enorgullecedora igualdad de género. Luego ya lo de la deslocalización de la producción en Bangladés, la elusión y evasión de impuestos, su batalla antisindical y los despidos improcedentes no tocan tanto la fibra moral. Al fin y al cabo, esos currelas chungos, chonis y canis de Carabanchel son votantes de extrema derecha, no han leído a Maya Angelou y flirtean, algunos incluso expresan, sus ideas xenófobas y racistas.

 

De hecho, si esos reaccionarios chupan barro, es porque no se han esforzado lo suficiente. ¡Nadie regala nada!, aunque la ‘gauche purpurina’ haya tenido un espacio de evolución cultural cómodo y de clase media que, aunque sea un poquito, nah, una minucia, les ha hecho de trampolín en la batalla de la meritocracia. Un susurro les atormenta la oreja, como un flemón del pepito grillo de su memoria, que les recuerda algo de un tal Olen, Olsen u Owen Jones. Un libro que les recomendó alguno de sus profesores de la facultad llamado ‘Chavs’. Ttttttttttttt… error. La computadora cerebral no detecta nada relevante. «A los proles fachas, ¡que los jodan!», piensan. Como diría Cortina, son un poquito aporofóbicos. El progresismo corre por sus venas, aunque sea bombeado desde la plutocracia y el neoliberalismo. Son los ganadores de la globalización. Hijos predilectos y sabrosos de lo que José Luis Moreno-Ruiz llamó ‘La movida modernosa’; microrrevolución de salón con copas de Bacarrá. Por si fuera poco, follan divinamente y en cantidad. Aunque, narcotizados por la acumulación, ya casi ni disfrutan, estériles al arte del amor. La pasión romántica es cosa del siglo XX y el yugo patriarcal. Al menos, hasta que el arroz está a punto de pasarse sin remedio y no morir solo se convierte en algo que anteponer a los ideales.

 

Los wokefílicos se sienten muy víctimas del sistema, aun siendo muchos parte de él. En lo que a ellos se refiere, no tienen mucho sentido del humor, por eso les repateó las tripas leer las dos o tres páginas que vieron publicadas en Twitter de ‘Woke’, de Andrew Doyle. Hicieron piña, ¡pura gimnasia revolucionaria!, intentando boicotear el libro con comentarios ofensivos en la red. ‘Uhm… sí, tarea realizada; gran sentimiento de satisfacción progresista’. Su aspiración a la censura es la misma que la de la iglesia, pero con valores importados del extranjero. Signos externos que, como dijo Pasolini, «utilizan sus palabras progresistas» para convertirse en «clérigos de la izquierda». La identidad del ‘progre caniche’ pasa por catalogar a los demás de rancios, sin un proyecto que no sea la romantización de sí mismo. Disparar, dispara, pero con escopeta de feria. Sin ir más lejos, la ‘gauche caviar posmo’ cae con facilidad en la emocionalidad publicitaria. Si la inmensa mayoría de la población presta más importancia al terrorismo islámico que a la violencia urbana, aunque esta última mate a más personas, la nueva izquierda exquisita cree más importante salir en defensa de las madres protectoras antes que de mejorar las condiciones de trabajo de sus empleadas del hogar. Pues, al igual que sus ‘post’ de Instagram, están filtrados de la realidad hasta la ceguera.

 

En cuanto a su cronología, los pijospasta pasan la juventud con poco trabajo, mucha jarana y paguitas a granel, criticando la intolerancia y la familia normativa. Alcanzan cierto grado de madurez pasados los 35 cuando, resacosos de tanta posmodernidad chihuahua, una monada sin sustancia, remontan como salmones hasta sus chozas de Pozuelo o Pedralbes que terminan compartiendo con su pareja monógama. Planean tener un crío, un bastardillo, ya que el casamiento va contra su ateísmo. Pero, en fin, la fiesta, ya que nos ponemos, que sea completa, y a las suegras les hace ilusión. ¡Cura progre!, eso sí, con sermones sobre un amor sin orientación definida. En la misma iglesia se bautiza a la niña recién nacida. De nuevo, las suegras. Sí, cierto, ellos no han pisado templo desde la comunión, pero, oye, daño tampoco puede hacer. Así va la iglesia, que todavía sobrevive con las BBC (bodas, bautizos y comuniones).

 

Allá van… la ‘gauche caviar del barrio’. Si pestañeas, no te los pierdes. Resplandecen como candelas nucleares. Con los años, lejos están de renegar de su pasado, al que miran con ternura infantil. Al contrario, la madurez los hace más tolerantes, sobre todo consigo mismos. Acogen con gusto lo efímero y rechazan lo trascendente, al abrir sin cesar paréntesis en su vida que, a menudo, se olvidan de cerrar. No son novedad. Se renuevan a cada generación. Y nunca está de más recordarlos, aunque solo sea porque ellos, cuando no los quieren en la foto, parecen olvidarse de los demás.

 

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