IDEAS
La revolución inventada
Podemos se ha dedicado a yuxtaponer consignas, reivindicaciones, agravios.

Álvaro Delgado – Gal.- ABC
«Podemos se ha dedicado a yuxtaponer consignas, reivindicaciones, agravios. Pero el significante vacío tiene el inconveniente de eso, de estar vacío. Ha pisado el pavés, pero no ha conseguido, no podía hacerlo, trabar relaciones duraderas con intereses duraderos de colectivos duraderos»
Hace ocho años, Unidas Podemos obtuvo en España unos resultados excepcionales. En las elecciones de mayo los resultados han sido excepcionales también, aunque no por lo buenos sino por lo malos. ¿Cómo entender esta caída de la extrema izquierda en el infierno, después, por citar a Iglesias, de haber asaltado el cielo? Las respuestas a estas dos preguntas son de alguna manera complementarias. En conjunto, arrojan un diagnóstico sobre la izquierda postrimera y sobre la naturaleza de la democracia, española y no española, asaz revelador. Vayamos por partes.
No es en absoluto sorprendente que la izquierda extrema se haya desplomado. Recordemos algunas de las grandes causas que UP y adláteres han promovido a lo largo de la legislatura: 1) Los derechos de los trans; 2) El bienestar animal; 3) La protección de los okupas. En el primer caso el número de afectados es muy bajo; en el segundo, se han promovido medidas agraviantes para los dueños de mascotas y los hombres del campo, los cuales, al revés que los perros y los gatos, sí que votan; en el tercero, se fragiliza o pone en entredicho el derecho de propiedad, vital para millones de españoles y recogido por los grandes códigos, a saber, el Civil, el Penal y el Administrativo. La desproporción entre los bienes que se protegen y los que se lesionan, es aparatosa. Añádase que esta santa cruzada contra los españoles se ha impulsado de forma intemperante y con frecuencia insultante, y se comprenderá por qué a Ione Belarra o a Irene Montero les va a suceder, a su paso por la política, lo mismo que al que arremete con furia demente contra una puerta giratoria. El envión de entrada se transforma, fatalmente, en un envión de salida.
Por qué han hecho lo que han hecho las jóvenes ministras y sus adláteres? ¿Con tantas torsiones, con tantos jeribeques? Existe una explicación sencilla y humanísima: la tontería. El número de idiotas en el gabinete de ministros, durante la era sanchista, ha superado netamente la media histórica. Pero se da también otra circunstancia, más significativa. Y es que personas como Irene Montero, como Ione Belarra, han interpretado su oficio ministerial en clave revolucionaria. Han legislado, no para resolver cuestiones, sino para redimir a la Humanidad… y me quedo corto: también a los animales brutos. Proyecto intrínsecamente absurdo, al tiempo que máximamente teatral. De ahí la gesticulación permanente. De ahí, asimismo, que se hicieran tanto más daño, cuanto más tiempo permanecían en el escenario. Por lo común, un ministro que aspira a ser renovado en el cargo intentará, si es virtuoso, desempeñarse con eficacia, y si es oportunista, halagar al votante, lo que, en midiendo bien los tiempos, también le dará réditos, por lo menos en el corto plazo. Pero un declamador de tragedias o comedias revolucionarias no está para la eficacia ni para el halago oportunista. Está para hacerse irreversiblemente con el poder cuando la acción dramática asume formato de tragedia; o meter la pata hasta el corvejón cuando se queda en comedia. Que ha sido el caso de UP. Todo esto, más la euforia peligrosa que produce el coche oficial y la alfombra roja, ha tenido como consecuencia un uso del poder impecablemente suicida.
Vamos a la cuestión número dos: ¿por qué triunfó la extrema izquierda hacia 2015? Lo sabemos perfectamente. La crisis, y la necesidad de recortar pensiones y nóminas de funcionarios, propagó el enfado entre sectores muy considerables de la clase media. Millones de ciudadanos otorgaron a Podemos, no exactamente su confianza, sino un aval para entrar en la cacharrería y emprenderla a coces con la vajilla y demás piezas de porcelana. Increíblemente, Podemos no había escondido las características que lo hacían poco recomendable para ocupar el poder, al menos desde la perspectiva, precisamente, de la clase media: ligereza, radicalismo y nulo respeto hacia la propiedad. Pero al personal le bullían las tripas de rabia, y lo que le urgía era un desquite, no una solución. De aquí cabe extraer algunas lecciones valiosas. Una de ellas es que las democracias no caen tras un coste racional de costes y beneficios, esto es, no caen porque exista una alternativa mejor, sino que caen, si es que caen, como cae un andamio mal adosado a un muro. El equilibrio se rompe y pasa lo que Dios quiere. En nuestro caso el asunto no fue a mayores. Pero la sociedad española atravesó, innegablemente, un momento de ofuscación peligroso.
A la vez, hemos podido comprobar que la revolución, en estos tiempos destartalados, conserva una especie de inercia, pero ha perdido contenido. La clase obrera, la clase universal marxista, no solo ha desaparecido en su acepción antañona, sino que, bajando el diapasón, nos encontramos con que la gente modesta, la perteneciente a los deciles bajos de renta, ha cedido su posición eminente dentro del imaginario colectivo de la izquierda, máxime la radical. En substitución del trabajador han saltado a primer plano una serie de actores (trans, okupas, animales de compañía) cuyo valor, o cuyo significado, es solo revolucionario por analogía. Los trans extraen su prestigio subversivo de su condición de marginales, y por contigüidad, de oprimidos; los okupas, ídem de ídem; y perros y gatos ofician como símbolos de la naturaleza, enemiga, gracias a la alquimia ecologista, del desarrollismo capitalista.
Laclau denominó «significantes vacíos» a las categorías cambiantes, fluidas, intencionadamente difusas, de que se vale el revolucionario para juntar o congregar fuerzas de diverso signo contra el poder constituido. Y eso es lo que ha hecho Podemos, siguiendo las consejas de su mentor: se ha dedicado a yuxtaponer consignas, reivindicaciones, agravios. Pero el significante vacío tiene el inconveniente, ¡ay!, de eso, de estar vacío. Podemos ha pisado el pavés, pero no ha conseguido, no podía hacerlo, trabar relaciones duraderas con intereses duraderos de colectivos duraderos. El final será rápido, como lo es todo en el mundo del teatro. Baja el telón, se oye un poco de barullo en la platea, y al rato el personal está ya en la calle, quién rumbo de su casa, quién echando un ojo por si ver si hay un bar abierto y se toma una copa.