CULTURAS
«La parada de los monstruos» y otras películas «pre-code»
Luis Alberto de Cuenca
Luis Alberto de Cuenca.-ABC Cultural
Guillermo Balmori examina el cine de Hollywood entre 1929 y 1934 antes de que se impusiera la censura del ‘Código Hays.
¿Qué habrá detrás de quienes alientan, pregonan y enaltecen la censura? ¿Qué enfermedad mental, qué desvarío ocupa la mente de los censores de turno, incitándolos a regular la vida del prójimo de acuerdo con unos postulados presuntamente beneficiosos para el común de la ciudadanía? Nada hay tan perjudicial para el ser humano como que le recorten sus libertades con la misma tijera de podar sueños que utilizan los responsables del ‘bullying’ en la escuela, o los culpables de malos tratos en casa o en la oficina. Censurar es, de alguna manera, castrar el producto censurado, convertirlo en algo diferente e indefectiblemente inferior a lo que fue de partida, cuando la sórdida tarea del censor no estaba aún impuesta por la ley.
Eso pasó en los Estados Unidos con la llegada del cine sonoro. Un ejemplo muy bien elegido de lo que supuso el hecho de que actores y actrices empezasen a hablar en las películas es el que elige Guillermo Balmori en su prólogo, significativamente titulado ‘La culpa fue del sonido’: no era lo mismo ver a Pola Negri retorcerse de forma sinuosa y provocativa en la pantalla sin decir esta boca es mía que ver a Mae West abonando sus eróticos contoneos con una ráfaga de diálogos subidos de tono que perturbaba mucho más que una mera imagen silente.
Así que las fuerzas vivas de la América profunda, con la Iglesia Católica al frente, decidieron tomar cartas en el asunto y redactar, primero, y poner en marcha, después, un ‘Motion Picture Production Code’ que impusiera la autocensura en el sector cinematográfico. Mediante la aplicación de ese ‘Code’, conocido como ‘Código Hays’ por el nombre de su impulsor, William H. Hays (1879-1954), presidente del Comité Nacional Republicano, las recién nacidas películas sonoras tendrían por decreto que prescindir de las escenas de sexo explícito o violencia manifiesta. Eso ocurría en 1929. Pero las cosas de palacio van despacio, y el flamante y coercitivo ‘Código Hays’ no entró en funcionamiento regular hasta 1934, de manera que entre 1929 y 1934 se rodaron en Hollywood un montón de películas en las que, como dice casi textualmente Balmori, «el adulterio no era castigado, las uniones de hecho estaban a la orden del día, los delincuentes eran poco menos que héroes, las prostitutas campaban por el metraje de los filmes con un delicioso descaro y hasta podía uno toparse fácilmente con más de un personaje homosexual sin que las esferas del firmamento se resquebrajasen».
Este libro analiza una a una, por riguroso orden de estreno, las películas más significativas de ese período maravilloso en que el ‘Código Hays’ no había hecho todavía de las suyas, y las películas, denominadas por razones obvias ‘pre-code’, ofrecían a la gente, afectadísima por el ‘crack’ de 1929, lo que no falla nunca en el cine, y menos en aquellos tiempos inaugurales: sexo y violencia (por lo demás, moderadísimos, si los comparamos con el sexo y la violencia del cine ‘post-code’, o sea, el celuloide posterior a la abolición del ‘Código Hays’ en 1967, que dio paso al nuevo sistema de clasificación por edades de la Motion Picture Association of America).
Lubitsch y compañía
Del aproximadamente centenar y medio de filmes glosados de manera impecable por Guillermo Balmori en su antología ‘pre-code’ me atrevo a recomendar diez títulos que se me antojan irresistibles: ‘El enemigo público’, de William Wellman; ‘Hampa dorada’, de Mervyn LeRoy; ‘El hombre y el monstruo’, de Rouben Mamoulian; ‘La parada de los monstruos’, de Tod Browning; ‘Scarface’, de Howard Hawks; ‘La isla de las almas perdidas’, de Erle Kelton; ‘El signo de la cruz’, de Cecil B. DeMille; ‘La calle 42’, de Lloyd Bacon; ‘King Kong’, de Merian Cooper y Ernest Schoedsack, y ‘Una mujer para dos’, de Ernst Lubitsch. Las diez películas citadas y las ciento y pico restantes aparecen precedidas de un diálogo significativo y de una serie de etiquetas o «palabras clave» que definen por qué es calificada de ‘pre-code’ cada cinta.