IDEAS
La España ultraplural y el test de Turing ideológico
Juan Cla de Ramón
Juan Cla de Ramón.-El Mundo
Dice el artículo 1 de la Constitución: «España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político». La inclusión del pluralismo político como valor superior del ordenamiento era una novedad en el panorama del derecho constitucional comparado. Tras cuatro décadas de forraje ideológico único y obligatorio, el constituyente se curó en salud explicitando que un menú diverso en ideas políticas es congénito a la democracia liberal.
¿Y cuánto pluralismo cabe en España? Bastante. Mucho. Se ha insistido enfáticamente en que la nuestra no es una democracia militante, en que también los partidos que velan por objetivos que se sitúan fuera de la Constitución (sea el abandono de la forma monárquica a favor de la republicana, ya sea la secesión de una parte del territorio, para constituir una nación separada de la española) son legalísimos e hiperlegítimos y en que se debe contar con las sensibilidades que encarnan para gobernar el país. ¡España es plural, zoquete mesetario! Concuerdo. Por eso me deja perplejo que los paladines de la España plural anden tan sorprendidos por la existencia de otras manifestaciones de esa pluralidad que habían borrado de su mente (y de sus planes). El debate territorial es un caso paradigmático. Durante décadas se ha supuesto que el modelo autonómico solo podía evolucionar hacia un mayor autogobierno de las comunidades, como si la preferencia centralista no existiera. Tampoco se tenía noticia de las personas que sienten ante la bandera española palpitaciones similares a las que un señor del PNV experimenta ante la ikurriña o en cuyo corazón la nación española ocupa el mismo lugar que la catalana en un votante de Esquerra. La única diferencia es que para el PNV y ERC no se reserva el epíteto «ultra».
Análogos razonamientos se pueden hacer en materia de memoria histórica (no todo el mundo tiene a la Segunda República por fase brillante de nuestra historia) o con el aborto (que causa genuinas dudas morales a algunas personas). Resulta que vivimos en un país aún más plural de lo que sospechaban algunos: un país ultraplural. No pasa nada. Convivamos. La receta es la de siempre: escuchar; tratar de comprender lo que piensan los otros, sin tergiversaciones grotescas. Para practicar, podemos someternos a lo que la ciencia social llama test de Turing ideológico: exponer las tesis del rival político de un modo tan fidedigno (lo que excluye la caricatura) que un observador externo no pueda distinguirnos de un verdadero profesante de esa ideología. Siempre habrá, en los extremos, propuestas inaceptables, pero quizá haya otras que dejen de asustarnos si hacemos un esfuerzo sincero por entenderlas. Si puede usted hacerse pasar por un conservador o un progresista sin parecer gilipollas, entonces puede presumir de respetar el pluralismo. Si no puede, quizá la amenaza para el pluralismo sea usted