La bandera social

Sobre la derecha y la igualdad.

Diego S. Garrocho.- ABC

«No existen razones para que la derecha renuncie a una agenda específica con respecto a la desigualdad.»

 

Las ideologías se distinguen no tanto por lo que afirman sino por las causas que abandonan. Y aunque la distinción entre la izquierda y la derecha no deje de hacer aguas, seguimos apelando a estas viejas categorías para ponernos a refugio. Norberto Bobbio, probablemente la cabeza más lúcida del socialismo democrático italiano, señaló que la diferencia esencial se ubica en el tratamiento que derecha e izquierda hacen de la igualdad. Para la izquierda, la política debería minimizar la desigualdad entre las personas; para la derecha, la tolerancia con respecto a la falta de homogeneidad sería mucho más amplia.

Esta distinción admite algunos matices. Si damos un paso atrás en la historia reconoceremos que, al menos desde Ulpiano, la noción de justicia fue siempre sensible a la desigualdad. Dar a cada uno lo suyo es tanto como tratar de forma diferente a quien de facto es diferente. Esa atención a la diferencia y cierta perspectiva reparativa aparece, incluso, en los primeros tratadistas políticos de la antigua Grecia. La ley de la naturaleza se resume en el imperio del más fuerte y por eso el león se come a la gacela. Sin embargo, el espacio político acontece en el instante en el que decidimos poner en suspenso la ley del más poderoso y protegemos la vulnerabilidad de quien puede menos. La norma escrita se fija cuando los humanos se dan para sí una ley que es ajena a la necesidad de lo que forzosamente acontece.

Esta intuición mínima devuelve la cuestión de la igualdad y la desigualdad legítima al origen mismo de la reflexión política. Y este es el motivo por el que no existen razones para que la derecha renuncie a una agenda específica con respecto a la desigualdad. Al igual que la izquierda se equivoca cuando renuncia a la bandera y a la unidad indivisible del cuerpo político que aspira a defender, la derecha erraría si asumiera que la agenda social es un patrimonio exclusivo de sus antagonistas.

Los precedentes son muy obvios y la doctrina social de la Iglesia sería un punto de partida indiscutible para todo aquel que aspire a reconocer en la tradición principios igualitarios con vocación universal. De igual manera, difícilmente se podría renunciar desde el conservadurismo a la sensibilidad ecológica, cuando conservar el medio natural se debería asumir como una verdadera condición imperativa. No hará falta recordar que John Stuart Mill, influido por la lucidez de su mujer Harriet, hizo mucho más por visibilizar el sometimiento de las mujeres que Karl Marx; o que Chesterton y Belloc, nada sospechosos de ser peligrosos comunistas, subrayaron la necesidad de redistribuir los bienes. A poco que uno busque reconocerá un espacio abierto de causas abandonadas o torpemente defendidas sobre las que la derecha más audaz haría bien en reflexionar.

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