Keynes y el futuro

«Lo que nos sucede a nosotros, y al resto del mundo es que estamos sufriendo, no de los achaques de la vejez, sino de las molestias naturales originadas por cambios demasiado bruscos…».

José Manuel Sánchez Ron.- ABC

«El perspicaz Keynes, que con tanto acierto alertó del peligro de las imposiciones que se hicieron a Alemania en el Tratado de Versalles tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, no previó que podría llegar a producirse una nueva contienda cuasi global, la Segunda Guerra Mundial, ni la Guerra Fría, ni otros conflictos más limitados»

El tiempo es flujo, cambio. En la física, ciencia de la medición exacta y con capacidad de predicción, el tiempo es un parámetro que toma diferentes formas: el ‘tiempo biológico’, el que experimentamos todos; el ‘tiempo cósmico’, que marca la expansión del Universo; el ‘tiempo termodinámico’, que refleja el crecimiento de la entropía –la medida del desorden–, y el ‘tiempo electrodinámico’, asociado al hecho de que recibimos señales del pasado, pero no del futuro. Asumimos el tiempo pasado como algo que ya no es posible modificar, vivimos el presente –que inmediatamente se convierte en pasado–, pero nos preocupa sobre todo el futuro. Una preocupación que se hace más aguda en épocas de cambios profundos. Y no me refiero, aunque no lo olvido, a conflictos bélicos o desencuentros políticos, sino a la revolución en curso que entendemos afectará si no a aquellos con limitado futuro personal, sí a sus hijos y, con mayor seguridad, a sus nietos y a los que vendrán después: la revolución asociada al desarrollo de la robótica y la inteligencia artificial. Y así no podemos evitar preguntarnos, ¿cómo será en el futuro?

Pero conjeturar qué sucederá en el tiempo venidero es complicado. Me viene a la memoria una predicción que realizó en junio de 1894 el físico Albert Abraham Michelson, el primer estadounidense en recibir el premio Nobel de Física (en 1907): «Parece probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya establecidos firmemente y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios. Las futuras verdades de la Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales». El año siguiente de que Michelson pronunciase estas palabras, Wilhelm Röntgen descubría una misteriosa radiación (podía atravesar cuerpos opacos), a la que bautizó como ‘rayos X’, ya que ignoraba su naturaleza; y en 1896 Henri Becquerel encontraba la radiactividad, que nadie sabía cómo encajar en el aparentemente tan firme edificio de la física conocida. Predecir, en definitiva, es arriesgado.

Pienso en todo esto al releer el texto de una conferencia que el gran economista John Maynard Keynes pronunció en la Residencia de Estudiantes de Madrid el 10 de junio de 1930, y que publicó la revista ‘Residencia’ en febrero de 1932. Se titulaba ‘Posible situación económica de nuestros nietos’.

En su disertación madrileña, Keynes se enfrentó a la cuestión de si estaba justificado el pesimismo que en materia económica reinaba entonces en Inglaterra, pesimismo que llevaba a suponer que «es más que probable que decrezca la prosperidad en lugar de aumentar». Él no pensaba así; sostenía que «lo que nos sucede a nosotros, y al resto del mundo es que estamos sufriendo, no de los achaques de la vejez, sino de las molestias naturales originadas por cambios demasiado bruscos y lo doloroso que es el reajuste entre uno y otro periodo económico. El rendimiento técnico ha ido aumentando más rápidamente que nuestra capacidad para absorber el sobrante de la mano de obra». Palabras estas que bien podríamos adoptar hoy en día, preocupados –¿desconcertados?– ante los rápidos, continuos y profundos cambios científico-tecnológicos que se van sucediendo, y las consecuencias que puedan tener en el mercado laboral. Y no olvidemos que la distribución de riqueza a la que Keynes también aludía sufre ahora grandes desigualdades, habiendo originado que unos pocos –como Elon Musk– puedan introducirse en dominios otrora reservados a los gobiernos, como es, por ejemplo, el espacio (turismo o exploración espacial).

Animado Keynes por los importantes avances técnicos que se habían producido «en los últimos diez años en la fabricación y los transportes», y que pensaba no tardarían en «influir poderosamente en la agricultura», aventuraba que la «humanidad está resolviendo el problema económico». «Me atrevo a predecir –añadía– que en los países avanzados la norma material de vida dentro de cien años será entre cuatro y ocho veces más elevada que actualmente». Claro que para que esto sucediese, suponía que no habría «grandes guerras ni aumento considerable de la población». Y en este punto aparecen elementos disruptivos de su predicción: el perspicaz Keynes, que con tanto acierto alertó del peligro de las imposiciones que se hicieron a Alemania en el Tratado de Versalles tras su derrota en la Primera Guerra Mundial, y que expuso con prístina claridad, acompañada de una gran elegancia literaria, en su libro ‘Las consecuencias económicas de la paz’ (1919), no previó que podría llegar a producirse una nueva contienda cuasi-global, la Segunda Guerra Mundial, ni la Guerra Fría, ni otros conflictos más limitados. Ni tampoco que la población mundial, que en 1930 era de 2.000 millones de personas, alcanzase los 8.000 millones… y por el momento creciendo, ni el gran incremento del número de personas de edad muy avanzada, ni una sociedad hiperconectada, pero a su vez individualista y gran demandante de energía.

¿Quién podría haber imaginado entonces no solo esto, sino tan sólo lo que significaría para la humanidad el invento en 1947 del transistor, un dispositivo impensable sin la existencia de la física cuántica, que ya había alcanzado su primera síntesis teórica algunos años antes de que Keynes disertara en Madrid? Y de manera semejante, aunque tanto el físico británico John Tyndall como el químico-físico sueco Svante Arrhenius, se habían dado cuenta con sus investigaciones, realizadas durante la segunda mitad del siglo XIX, que cambios en la cantidad de vapor de agua, dióxido de carbono o hidrocarburos podían afectar al clima, el problema del cambio climático no se hizo patente –para algunos científicos– hasta treinta años después de que Keynes elucubrase sobre el futuro. Tal vez, solo tal vez, si viviera ahora defendería que una de sus tesis económicas que más han perdurado, la de la intervención del Estado para aliviar crisis, debería aplicarse con firmeza para combatir ese problema.

Justo al final de su conferencia, Keynes explicaba que «el paso al que lleguemos a nuestro destino de felicidad económica» dependería sobre todo de «nuestra facultad para limitar la población, nuestra decisión de evitar las guerras, [y] nuestra disposición para encomendar a la ciencia la dirección de los asuntos que a ella corresponden». Buenas recomendaciones, ciertamente, pero bien sabemos ahora que son insuficientes, porque el mundo del siglo XXI ha introducido elementos con complejas consecuencias, que precisan de la implicación de conjunto de una sociedad educada e informada… y de unos gobernantes que respondan a semejantes requisitos. El futuro siempre es difícil de imaginar, pero aun así tenemos la obligación moral de pensar en él, de ser, como reza el título de un reciente libro de Roman Krznaric, ‘buenos antepasados’. Como en otros ámbitos del pensamiento, Keynes dio un buen ejemplo con sus reflexiones.

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