MEMORIA
José Antonio
La resignificación pendiente.
Javier Gómez.-La Tribuna de Ciudad Real
Mi abuelo, como el padre de José Bono, como tantos otros de esas generaciones, era joseantoniano. Nuestros padres y nuestros abuelos crecieron con la figura de Primo de Rivera incrustada en el ambiente social y político. Adolfo Suárez, que durante el franquismo pertenecía al llamado ‘sector azul’, declaró antes de la muerte de Franco: «Yo ante todo me considero un hombre de José Antonio». Entre los amigos íntimos de Suárez estaba Miguel Primo de Rivera, mullidor junto con el expresidente de la Ley para la Reforma Política, embrión de la actual democracia.
Miguel Primo de Rivera publicó en 1996 un libro titulado ‘Papeles póstumos de José Antonio’, en el que se ponía negro sobre blanco escritos no conocidos del fundador de la Falange, entre ellos la propuesta, imposible a esas alturas pero bienintencionada, con los integrantes de un posible gobierno de amplio espectro capaz de parar la barbarie, un texto esquemático redactado por José Antonio en la cárcel de Alicante donde finalmente le fusilarían a los treinta y tres años.
Los papeles estaban guardados en una maleta que fue custodiada por Indalecio Prieto en su exilio. José Antonio Primo de Rivera sentía una gran simpatía por este líder histórico del socialismo español hasta el punto de llegar a declarar que si todos los dirigentes del PSOE fueran como Prieto sería innecesaria la existencia de su movimiento político, la Falange. Lo cierto es que muchos de los socialistas de la nueva hornada, la que se alzó con la gran victoria electoral de 1982, traían su socialismo más mamado en las Obras Completas de José Antonio, leídas en los fuegos de campamento del Frente de Juventudes, que en las frías bibliotecas donde se dispensaba El Capital de Carlos Marx, y en privado algunos son capaces de reconocerlo.
Más tarde ha llegado Pedro Sánchez, que principalmente ha encontrado en sus afanes necrofílicos una baza electoral, un ariete de agitación, una clave para la polarización, deteniéndose poco en los matices. Comenzó su legislatura sacando de la tumba a Francisco Franco y llega al final haciendo lo propio con los restos de José Antonio, eso sí, esta vez a petición de la familia, que ha preferido adelantarse a lo inevitable. A Sánchez le importa poco quien fue José Antonio Primo de Rivera, aunque tenga los suficientes datos para saber todo lo relatado al principio de este artículo. El presidente del Gobierno no vivió el franquismo pero no es lo suficientemente inculto para desconocer que el que se arrimaba a ‘lo joseantoniano’ en aquel régimen a veces era una desalmado oportunista que se colocaba la camisa azul falangista para apretar el gatillo con facilidad y crueldad, pero otras muchas era una persona con un nivel de inquietudes sociales y culturales por encima de la media en aquel momento. Personas más preocupadas que el resto por los asuntos de la vida artística o literaria, por la reconciliación entre las dos Españas, o por el bienestar de las clases desfavorecidas. Mi abuelo era de estos últimos. La figura del joven Primo de Rivera sigue teniendo una resignificación pendiente que es posible que transcurra en paralelo a esa resignificación incierta que el gobierno de Pedro Sánchez quiere darle al Valle de los Caídos, un monumento, por lo demás, que solamente se puede entender desde las coordenadas ideológicas del franquismo y como máximo exponente de las mismas.
Mientras tanto, José Antonio está dejando ya de ser un ornamento en el aparato simbólico del franquismo y levantando su losa ese proceso llegará a su culminación. Es una persona interesante, poliédrica, digna de atención. Estudiándolo sin prejuicios le puedes imaginar, si le hubieran dejado llegar al menos a los cincuenta años, siendo un socialdemócrata como Dionisio Ridruejo o soñando una revolución patriótica y
sindicalista como Narciso Perales, dos de sus seguidores más leales que rompieron con la dictadura de Franco por diferentes caminos. Ni sus coqueteos con el fascismo, que finalmente no le convenció, ni la larga manipulación durante el régimen anterior, ni la torpeza infinita y el friquismo antidemocrático de algunos de sus seguidores han conseguido llevarle al ostracismo total. La losa que se ha levantado ahora con su desenterramiento favorecerá al menos un poco de curiosidad y apertura, una resignificación progresiva que, como la revolución preconizada por los viejos joseantonianos, sigue estando pendiente.
* Texto recuperado vía La gaceta de la Fundación José Antonio.