MEMORIA / CULTURAS

El reencuentro con Golda Mair

Israel regresa a su guerra más trágica.

Sal Emergui.-La Lectura

 

La película «Golda» interpretada por una gran Helen Mirren recupera la figura de la primera jefa de Gobierno en la guerra más complicada de Israel.

 

6 de octubre de 1973. Las bombas de Egipto y Siria hacen saltar todas las alarmas en la jornada más silenciosa y sagrada en Israel. Empieza la Guerra de ‘Yom Kipur’ o Guerra de Octubre. Para Golda Meir, comienza además el gran examen ante sus ministros, generales, ciudadanos y enemigos en uno de los momentos más traumáticos de su país. También ante la Historia que, medio siglo después, sigue afrontando con la gran pantalla como testigo.

En la película Golda, el enorme talento de Helen Mirren convierte a la Dama de Hierro, la mujer definida una vez por David Ben Gurión como «el hombre más firme» de su gabinete en una preocupada anciana agobiada no solo por el humo de sus inseparables cigarros.

La cámara del director israelí Guy Nattiv la sigue de día y de noche, en el búnker y en su pequeña cocina donde mantenía tensas reuniones dulcificadas por sus pasteles. Su film no necesita mostrar ni una escena de sangre para recrear la crudeza de la pesadilla que aún atormenta muchos dormitorios en Israel. Los ojos cansados pero firmes de la primera jefa de Gobierno en la historia de Israel monitorean las tres dramáticas semanas.

Estrenada ya en varios países, Golda es la obra más internacional en el 50 aniversario de la guerra iniciada con el ataque árabe en el día en el que el pueblo judío se recoge en torno al perdón, ayuno, rezo y reflexión. La idea era justamente aprovechar la parálisis generalizada de Yom Kipur en Israel para aumentar la efectividad de sus primeros golpes en el norte y el sur. La ofensiva de Siria y Egipto, apoyados por soldados de otros países árabes y con armas de la URSS, sorprendió a los israelíes y los bajó de la euforia en la que estaban instalados tras la aplastante victoria del 67. Entonces, en seis días el Tsáhal (Ejército israelí) arrebató el Golán a Siria, el Sinaí a Egipto y Jerusalén Este y Cisjordania a Jordania.

 

Tras la tregua del 24 de octubre, Israel salió reforzado en el terreno al evitar la debacle y contraatacar con éxito, pero conmocionado y dolido bajo la sensación de que podía haber evitado sus 2.656 muertos, más de 7.000 heridos y 301 prisioneros. En el lado árabe, la cifra de muertos oscila entre 10.000 y 15.000.

«De alguna forma, la película es un gran recordatorio de que esta guerra es nuestro postrauma. Los cuartos cerrados y oscuros de Golda conforman una obra que es un continuo ataque de ansiedad que puede tocar de manera escalofriante a cualquiera que viviera entonces la guerra», escribe el crítico de cine israelí ,Yair Raveh, en el diario Calcalist.

Mirren no necesitó estudiar e interpretar el papel de Golda para conocer la mentalidad israelí. De joven y como muchos de su generación, aterrizó en estas tierras para experimentar la vida comunitaria en el Kibutz. Una mañana, mientras recogían uvas en un viñedo en el norte escuchó explosiones. Eran proyectiles. Su acompañante israelí avisó al oficial de la base cercana que le exigió ponerse a salvo en el refugio. Así lo recuerda Mirren: «El joven le respondió: Soy un valiente soldado israelí y me niego a volver y meterme en el refugio, no me doblegarán. Desde la base le respondieron que no hay problema pero que debe devolver de forma inmediata a la rubia shikse (término de origen yidish que significa mujer gentil) al kibutz».

 

 

EUFORIA EN TODO EL PAÍS

 

Eran los años de una euforia impregnada en los hogares, en las bases e incluso en el Estado Mayor del Ejército. La superioridad de la Fuerza Aérea exhibida en la guerra del 67 y en posteriores duelos había concedido a Israel una confianza excesiva. El aura de invulnerabilidad, la sensación de superioridad militar, la relativa pasividad ante los avisos sobre el plan del presidente de Siria, Hafez al Asad, y de Egipto, Anwar Sadat, para recuperar sus territorios ocupados por el enemigo, los fallos de las alertas fronterizas y la promesa de Golda a EEUU de no lanzar un ataque preventivo acercaron a los israelíes al abismo. Tanto que el ministro de Defensa y ex general,

Moshe Dayán, sugirió plantearse la opción nuclear en un momento crítico de la guerra. El consejo del famoso héroe nacional, ahogado en el pesimismo, para evitar lo que temía como destrucción de Israel fue rechazado de forma inmediata por Golda.

«En palabras de Dayan, era como la caída del Tercer Templo. Sófocles lo describió bien: Una buena persona reconoce que se ha desviado del camino cuando sabe que se ha equivocado y repara el mal. El único delito es la arrogancia», afirma el jefe del Mosad, David Barnea, que aconseja tener siempre presente la euforia que dominó -y debilitó- su país.

«Todo esto cambió en un momento, el 6 de octubre de 1973, cuando el país se despertó a una realidad nueva y a la sorpresa estratégica que nos costó un precio de sangre muy caro», recuerda el responsable del servicio secreto que advirtió que iba a estallar la guerra. El 5 de octubre, el espía egipcio, Ashraf Marwan, comunicó al jefe del Mosad, Zvi Zamir, del ataque que Egipto y Siria preparaban para el día siguiente. Golda convocó de urgencia a sus ministros en Tel Aviv en un encuentro que Nattiv recrea en un edificio en las afueras de Londres. Marwan no se equivocó de pronóstico (ataque) ni de día (6 de octubre) pero sí de hora (en lugar de la tarde, fue poco minutos antes de las 2).

Las sirenas interrumpieron su inédita reunión en Kipur e hicieron que se desviaran miradas de reproche hacia el jefe de la Inteligencia militar, Eli Zeira, que había sostenido que el chivatazo del espía egipcio no era de fiar porque no era la primera vez que lo hacía y porque sospechaba que era un doble agente.

«No debemos olvidar que Estados y grupos se fueron fortaleciéndose a nuestro alrededor para amenazar nuestras vidas. No hay que subestimar al enemigo y sus capacidades», aconseja Barnea sobre una guerra que multiplicó el sentimiento de desconfianza del israelí (desde el general al taxista), cultivó la capacidad de dudar de todo y todos (por muy jefazo que sea) e hizo que la cúpula se prepare siempre para el peor escenario. Yom Kipur se convirtió incluso en una expresión que significa «ser sorprendido y no estar preparado».

Si la obra de los oscarizados Mirren y Nattiv emoiona al espectador israelí cuando por ejemplo Golda escucha desde el búnker los gritos de soldados antes de caer en el caótico frente de guerra, la película Mezaj les propina una patada en su estómago. En plena jornada de Kipur, 42 soldados de la posición de vigilancia Mezaj son sorprendidos por el ataque egipcio. Mientras los obuses van matando a unos y destrozando las piernas de otros en la defensa de una posición sin importancia estratégica, asomaba el dilema de la rendición. «¡Prefiero morir a rendirme!», protestó un joven uniformado indignado con la propuesta que desafiaba un tabú en el Tsáhal.

 

SEGUNDA MASADA O RENDIRSE

 

A medida que se agotaban las medicinas y armas, tomó fuerza la necesidad de elegir su fin: Segunda Masada o rendirse. Héroes póstumos o prisioneros de guerra soñando con un canje para volver a casa. El oficial de esta pequeña fortificación en el Canal de Suez se oponía a la capitulación entre otros motivos para poder seguir viendo a los ojos a su padre, superviviente del Holocausto en el que su familia fue asesinada por los nazis. La escena de su reflexión aúna el ethos de la defensa en el Estado judío en Oriente Medio y la indefensión de los judíos en la Shoá en Europa.

Con excepciones como Kipur (Amos Guitai, 2000), el cine israelí no se volcó con esta guerra como hizo con otros acontecimientos. Tuvieron que pasar varias generaciones para afrontar el trauma que el propio Nattiv no recuerda porque nació en 1973 y era un bebé cuando su madre le llevaba al refugio.

El reencuentro de Israel con esa guerra a través del cine, televisión, literatura y teatro toma un carácter de actualidad al coincidir con una crisis aunque en este caso sea interna. En los medios, muchos denuncian hoy que la «ceguera» del Gobierno de Golda en los meses previos a la guerra es parecida a la del Gobierno de Benjamín Netanyahu por dar la espalda a los avisos de los daños que causa el proyecto de reforma judicial en la economía, ejército, seguridad y unidad social en un país más sólido pero también más dividido que entonces.

Mientras el desenlace de lo que sucede hoy es una incógnita, sabemos lo que sucedió entonces. Sadat logró su objetivo ya que, varios años después y previa visita histórica a Jerusalén, firmó el primer acuerdo de paz de un país árabe con el Estado judío a cambio de la devolución del Sinaí a Egipto. Asad, sin embargo, murió sin recuperar el Golán y su hijo Bashar dirige hoy el régimen sirio de forma férrea y con la ayuda iraní y rusa.

En Israel, la Comisión Agranat creada para investir las negligencias responsabilizó a los generales. Pero Golda salió muy golpeada. El hecho de ser mujer en una época en la que las cuestiones de guerra eran «cosa de hombres» pese a que las israelíes hacían (y hacen) el servicio militar obligatorio contribuyó a que, para muchos, fuera cabeza de turco. El historiador Yigal Kipnis denuncia que Golda menospreció la capacidad militar de los países árabes y no fue receptiva a la fórmula estadounidense (propuesta por el secretario de Estado Henry Kissinger) en la vía negociadora con Sadat que quizá hubiera evitado la guerra. En un nuevo documental sobre Golda dirigido por Yariv Mozer, personas que trabajaron con ella replican que mostró liderazgo y firmeza durante la guerra.

Nattiv recuerda que no fue la única responsable, pero sí la única que asumió la responsabilidad colectiva ya que, pese a ganar las elecciones el último día del 73, dimitió cuatro meses después. Como muchas otras figuras en la historia, fue más popular fuera que en su país.

«Algún día, y es una pena que yo ya no estaré, espero que los archivos se abran y se podrá publicar todo», comentó Golda avanzando un debate sobre su legado que no ha concluido. «Ya no soy la misma que antes de la guerra», admitió triste, pero añadió con alivio que hubiera sido peor si en ese momento tuviera 30 años y no 75.

Desde entonces, cada vez que una israelí tiene opciones reales de llegar a la jefatura de Gobierno es etiquetada como la nueva Golda. Mientras, nuevos libros, películas y obras permiten a los jóvenes conocer a la original y a los mayores contemplarla con otros ojos. Quizá sea la lejanía de una época en la que la niña judía Golda Mabovitch que se escondía en el sótano para evitar ataques antisemitas en su Ucrania natal acabó siendo la primera y hasta hoy única mujer que llevó las riendas de Israel.

 

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