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Este apunte va a ser breve y muy centrado. No voy a hacer un análisis general sobre la partitocracia ni mucho menos un ajuste de cuentas frente a algo, que conozco de primerísima mano. Empiezo.

Los mentideros de Madrid –esa capital del Estado donde todo es gradilocuente– andan debatiendo sobre si el Rey debe otorgar o no, tras las oportunas consultas a los líderes políticos, a Feijoo la capacidad de presentar su candidatura ante los diputados para presidir el consejo de ministros. Aquí los de derechas argumentan que tiene todo el derecho y los de izquierdas lo rebaten, dado que parece más plausible que el líder socialista logre los apoyos de los nacionalistas y separatistas en un votación. Hasta aquí, lo habitual. Y lo vergonzoso. 

¿Por qué defiendo yo que Feijo no es que tenga el derecho, es que tiene la obligación constitucional de ser candidato en una sesión del Congreso donde solicite a los diputados su voto tras presentar su programa? Porque España es, al menos formalmente, una democracia parlamentaria donde los diputados no tienen mandato imperativo y solo tienen –deben– la obligación de actuar con su conciencia a la hora de cada una de las votaciones. Incluida la investidura. No somos – formalmente– una partitocracia donde los aparatos de los diferentes grupos tienen la capacidad de decidir por cada uno de los electos y por tanto Feijoo como cabeza de la lista más votada en las elecciones tiene la posibilidad de exponer su programa y convencer a seis diputados para que con su voto libremente le elijan como presidente del gobierno. ¿Ciencia ficción? En la práctica sí, pero si en esta democracia que peca de tantas imperfecciones ya ni siquiera los que viven de, por y para ella, mantienen formalmente el teatro, pues directamente habrá que pedir que el parlamento se reduzca a un solo delegado por cada grupo que informe al resto del sentido del voto que han decidido las ejecutivas de cada partido, en cada caso.

Y nos saldrá más barato, porque seguirá siendo una democracia tan poco constitucional –una partitocracia– como hasta ahora, pero sin numeritos ni aspavientos.

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