Pues tienes que tener cuidado.

 Porque sí, corren malos tiempos para el pensamiento crítico o simplemente para el pensamiento. El debate democrático, que debiera ser un flujo libre, plural y sin límite de ideas y opinones que una vez debatidas y analizadas enriquecieran la cosa pública y por tanto la vida de las personas, se ha convertido en un simple reproductor de consignas. Y no me refiero solo a los periodos electorales – ¿cuando no hay elecciones?- sino que esta comunicación acrítica de lo que otros dicen se mantiene de forma permanente. Y así nos va como sociedad.

La masificación de la información a través de las nuevas tecnologías no ha producido un enriquecimiento de las capacidades de hacer y decidir de la ciudadanía, sino todo lo contrario. y esto no es gratuito ni mucho menos casual. Las redes distribuyen grandes mentiras, pero no sólo las que difuden algunos de los caricaturizados como conspiracionistas de gorro de papel de plata, sino fundamentalmente las que los gobiernos y grandes corporaciones infunden en nuestras cabezas. Nos mienten de forma cotidiana. Nos manipulan. Nos utilizan. Y nosotros los sabemos y nos dejamos, en mayor o menor medida.

Cuando uno mantiene posiciones críticas o dudas sobre el discurso oficial de las cosas es etiquetado y señalado como un peligro público. Da igual que sea la guerra en Ucrania, las políticas económicas, el COVID, la Unión Europea o la penúltima cancelación políticamente correcta. ¡Fascista! ¡Conspiranoico! son lo más leve que le pueden decir a uno. Y es que es verdad que se leen muchas estupideces en las redes provenientes de cuentas anónimas o no tanto, pero es que en las mentiras oficiales no las hay menos. Un ejemplo cercano: muchos medios de masas han confundido al General Miguel Primo de Rivera con su hijo José Antonio. Pues a partir de ese nivel cultural por los suelos, imaginen todo lo demás.

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