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El leonesismo no es otro nacionalismo. O al menos no lo es en su forma mayoritaria. El leonesismo es un sentimiento de pertenencia a una tierra, a una historia, a unas tradiciones que han sido esenciales para construir algo mucho más grande: España. Y hago esta reflexión porque el leonesismo, como otros muchos denominados «regionalismos» recoge de forma bastante veraz la realidad de España o de las Españas, que decían en su momento. Una España plural, amplia y diversa que no requiere de experimentos secesionistas o confederales para existir, porque es precisamente esa pluralidad y diversidad la que la hace fuerte y unida. Amar a la tierra propia o de tus antepasados no es incompatible con la sentimiento de pertenencia a una colectividad mayor que durante siglos se ha ido conformando con las aportaciones de diferentes pueblos. Y tampoco es incompatible, todo lo contrario, con creer que la solución al fracaso autonómico – tanto administrativo como de convivencia – es la vuelta a unas fórmulas naturales de descentralización basadas en las regiones históricas – sin asimetrías – que conlleven un modelo de gestión donde ciertas competencias fundamentales estén dirigidas/gestionadas – que no es lo mismo que coordinadas–  de forma única en toda la nación y prestadas desde la cercanía de la región, provincia, comarca o municipio. 

 

Nunca he visto en los regionalismos o localismos un problema, sino una oportunidad. Igual que en el municipalismo, que es mi vocación, veo en ellos la oportunidad de fomentar un sentimiento de comunidad que potencie la convivencia, la solidaridad y la conservación de valores que mejoren con el tiempo. Y ese se construye mejor desde lo cercano que no es incompatible, sino todo lo contrario, con visiones más amplias. Otra cosa es el secesionismo que precisamente quiere romper lo común para ponerlo al servicio de otros centralismos – urbanita, europeo, globalista…– siempre al gusto de los intereses de élites privilegiadas.

 

En esto, las izquierdas tienen un problema. Han eliminado el amor de la patria común sustituyéndola por otras identidades – no precisamente las de clase que también ha ido desapareciendo – pero desprecian el amor a la patria chica por paleto y poco moderno, al mismo tiempo que se alinean con nacionalismos regresivos. Claro está que las derechas no andan mejor, con su pasión por la España de las autonomías como consejos de administración de los dineros públicos constituidos como microestados inoperantes que promueven la divisibilidad del estado y la ruptura de la nación, al mismo tiempo que claman por la unidad irresoluble de España. ¡Válgame Dios!

 

¿Y los regionalismos? Pues tan plurales y diversos como su procedencia. ¿Son la solución? No lo se, lo que si tengo claro que ese amor a la tierra y su búsqueda de soluciones pegadas al pueblo pero sin alejarse ni renunciar a formar parte de una empresa común, es lo más parecido a España, a las Españas que decía al principio. Fuera de Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao, hay vida. Y mucho más sencilla, común e inteligente de lo que las élites y sus propagandistas nos quieren hacer creer y que además anda buscando soluciones reales y cercanos a los problemas cotidianos de la gente. Con diversa efectividad y repercusión, es verdad – el fracaso de la coordinación de la España vaciada es un mal ejemplo-. Si en España quiere configurarse una opción política que recoja la hipótesis nacional-popular con visos de éxito, no puede hacerse de espaldas de sus regiones y municipios sino a partir de ellos.

 

En el caso del leonesismo – puesto aquí como señuelo – solo recordar que se articula para poner en valor su tierra por si misma pero también como parte imprescindible de la historia que ha construido nuestra España, pero además para combatir las injusticias del centralismo vallisoletano y la ineficacia del que llega de «Madrid».  

 

¿Hay solución para España? Probablemente reconstruir la idea de las Españas, que nada tiene que ver con confederalismos globalistas o secesionismos vergonzantes. ¿Es posible? Qui lo sa…