El mundo del deporte, al que me dedico en cuanto a gestión y atención como servicio público, es una cosa muy peculiar. Pero hoy no voy a dedicar estos apuntes a la parte profesional – el sigilo o secreto de confesión me obliga – sino a la personal.

El médico, por eso de la prevención de mi Esclerosis Múltiple y dado que siempre voy al límite en cuanto a peligro de un nuevo brote – peligro que sorteo como un jugador de rugby de forma habitual – me “recetó” hace unos meses hacer deporte y como mi capacidad de sufrimiento es ligera, decidí apuntarme al gimnasio por eso de que el dolor de pagar todos los meses me obligue a acudir sorteando el dolor muscular por las agujetas. Y eso he hecho. ¿Resultado? Perder 1,5 kilos en mes y medio, ganando algo (poco) de masa muscular reforzando algunas extremidades por lo que pueda venir. Pero de eso no es de lo que quería hablar, que me lio.

El mundo del gimnasio y las pesas es realmente el Mundo, en mayúsculas. Aquello es un ecosistema peculiar que da para un relato más largo, que quien sabe si escribiré en algún momento. Entre máquinas de tortura de todo tipo, cintas de correr y bicicletas nos movemos tipos muy diferentes de seres humanos con objetivos dispares.

Por un lado te encuentras a similares cuarentones y cuarentonas, por mandato judicial, que vamos a hacer lo que podemos. Alguno más, al igual que yo, necesita verse un capítulo completo de alguna serie en el móvil mientras te haces 45 minutos en la cinta o en bici, para estar entretenido y no obedecer a la voz de tu cabeza que dice ¡bájate y vete a dormir la siesta!

Luego hay muchos chicos veinteañeros muy cachas, alimentados de batidos y que lucen orgullosos sus camisetas ceñidas. Futuros policías, militares o bomberos seguramente muchos de ellos. Otros tendrán obesidad creciente cuando esos músculos dejen de ser cultivados en un curro sedentario, pero eso ya será otra historia. También encuentras mucha jovencita menuda, que levanta pesas de forma que te impresiona, porque presientes que hay más peso en la máquina que en ese cuerpito.

Por supuesto no faltan los cincuentones (y más allá) que se nota que llevan emulando a Hércules desde su tierna infancia y combaten la ley de la gravedad que impone la edad con una afición y pasión que es de admirar. Fijo que en Mercenarios 5 saldrá alguno como extra.

Pero hay un detalle que reconozco me llamó mucho la atención desde el primer día que acudí al gimnasio. Y lo digo con toda la sinceridad pero también respeto, no sea que aparezca alguna asociación de ofendidos que desconozco que exista, pero no me extrañaría, y me cancelen por capullo.

Hay una especie dando vueltas por los gimnasios que es digna de estudio. La cantidad de tíos bajitos cachas que ves. Y cuando digo bajitos hablo de hombres por debajo de la estatura media nacional y que están más cerca del 1,60 que de que les saquen a jugar en un equipo de baloncesto. Tipos que compensan o suplen esos cm de altura, por muchos cm de biceps, triceps y gemelos y a los que como dice algún amigo, es más fácil saltar que rodear. No se la razón psicológica de este hecho, si simplemente es casualidad o una mirada prepotente desde ese 1,83 sufriendo en la cinta de correr. Pero es algo que me llamó la atención y yo, que soy muy boca chancla pues voy y lo cuento.