El PNV es un partido peculiar. Una formación centenaria que nace del supremacismo clerical de Sabino Arana a finales del siglo XIX (potenciado frente a las ideas ateas y socialistas que les traen los «extranjeros» que vienen a trabajar en las fábricas de la ría vizcaina) y que se convierte en hegemónica durante la II República gracias al lendakari Aguirre, que inicia un camino por la senda de los partidos populares democristianos al estilo del fundado por Sturzo en Italia, pero sin renunciar al identitarismo vasco. Su apuesta por defender (lo justo todo hay que decirlo) la República frente al alzamiento del 18 de julio les llevó al exilio y la clandestinidad durante los 40 años de dictadura, sin que por ello despareciera el apego sentimental de una parte importante de la sociedad vasca que les volvió a mostrar su apoyo en las primeras elecciones democráticas. Ahí ya homologado como una fuerza plenamente democrática de centro derecha que ante el empuje del terrorismo y la violencia de la izquierda abertzale se consolida como fuerza mayoritaria nacionalista, sí, pero posibilista y que opta por la vía gradual.

Durante la democracia del 78, el PNV ha gobernado casi siempre en el País Vasco y ha conseguido ser soporte de los diferentes gobiernos de España, a los que ha sacado buenas tajadas que sumadas al cupo vasco que le otorgan por extensión de sus históricos Fueros (junto a Navarra) hace que el nivel de vida sea muy alto (salvo en la violencia y el fanatismo terrorista que ha regado de sangre y dolor nuestras calles hasta antesdeayer) en comparación al resto de España, lo que les da una aureola de buenos gestores que arrastran hasta hoy en día.

Ahora, el PNV que ha abandonado su doctrina democristiana en lo concreto pero no en lo general (sigue siendo un partido popular atrapalatodo, que agrupa a los sectores conservadores económicos con un proteccionismo a la vasca, al mismo tiempo que se ha sumado a posiciones sociales progresistas en diversos temas, resultando atractivos para sectores moderados del centro izquierda), se encuentra en la encrucijada de que una EH Bildu, pujante tras la desaparición de ETA, y nueva marca blanca de la extinta HB, que ha sido capaz de lanzar un mensaje novedoso, joven, ecologista etc. que le ha atraído a sectores de la izquierda, no comprometidos en el pasado con el brazo político de ETA y logra que las nuevas generaciones de vascos «olvidando» el pasado reciente, se pasen en masa a votar al partido/coalición que aún lidera Otegi, ahora reconvertidos en una especie de Podemos independentista que si gana elecciones. Y el año que viene tocan «generales vascas».

EH Bildu se ha beneficiado todo hay que decirlo, además de la amnesia vasca, del apoyo del PSOE de Sánchez que le ha blanqueado ante sus votantes como una opción útil (desde la izquierda) capaz de rascar hacia Euskadi lo mismo que antes hacía el PNV. Les han sustituido para recoger las nueces que caen del árbol.

Por eso, el volantazo del PNV nombrando un nuevo candidato a lendakari para sustituir a Urkullu, que era demasiado moderado (como es normal para un gestor en las instituciones) para enfrentarse a una EH Bildu fortalecida (con otro rostro joven nuevo en los carteles, además) y a la deriva constituyente que las necesidades de Pedro Sánchez le han regalado al separatismo en todo «el Estado Español».

La duda es si el perfil elegido, Imanol Pradales, joven clásico del PNV 100% nacionalista y salido de Deusto, será capaz de frenar el giro a la izquierda del nacionalismo vasco. Es verdad que ahí tendrá, de momento, el respaldo del PSOE para darle los apoyos parlamentarios que no gane en las urnas. Pero no se sabe si será suficiente para frenar las ansias de dar un paso más allá del autogobierno actual, porque hay que recordar que en Cataluña, Artur Más y Puigdemont también provenían del nacionalismo moderado y gradualista y luego pasó lo que pasó. Y sigue pasando, añado.

Durante muchos años he pensado que en el conjunto de España hacía falta una fuerza central, tan pegada al terreno y capaz de conjugar amplios consensos y mayorías, al estilo del PNV. Ahora habrá que ver si no me equivocaba y el modelo PNV está tan agotado como el resto.

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