Lo sucedido en Israel este pasado sábado, ha sido una salvajada. Una salvajada propia de asesinos islamistas sin el menor atisbo de moral o humanidad, que no se rebelan contra la opresión de un estado que consideran ocupante ni por solventar un conflicto que va incluso mucho más allá de 80 años, sino que luchan por imponer su doctrina fanática a propios y extraños. En Israel, en Palestina, en Siria, Afganistan, Marruecos o cada día más evidentemente en las calles de París, Londres, Bruselas o Madrid. Eso es Hamás. Eso es el islamismo.
Esto no significa que muchas de las acciones (y reacciones) del estado de Israel en estos 80 años sean justificables. Ni de lejos. Han cometido crímenes de lesa humanidad por doquier, en defensa de su supervivencia en un entorno hostil. Un entorno, que incluso antes de su creación como Estado (las matanzas de judíos en los años 20 y la cooperación entusiasta con el nazismo del Gran Mufti en los años 30 y 40 son parte de esa historia) y de la repartición del territorio administrado por los británicos en dos, uno judío y otro musulmán, puso como objetivo permanente el echarles al mar. Y estos, los Israelíes, respondieron siempre a sangre y fuego, sobrepasando muchas veces cualquier límite. Pero estas cosas que acabo de escribir me temo que no se pueden decir, dado que si analizas fríamente la historia y la realidad geopolítica de Oriente Medio eres un sionista (esto lo dice gente que no tiene ni pajolera idea de que es el sionismo usado estos días igual que el otro mantra, «el fascismo»). Algo parecido pasa cuando dices algo crítico sobre el papel de Ucrania o de la OTAN, que te conviertes en un hijo de Putin irredento.
Tengo muchos conocidos que son furibundos anti sionistas. Generalmente por una fina combinación de antisemitismo cultural (histórico en nuestras sociedades), anti americanismo sin matices y una idealización de cualquier supuesto anti imperialismo allá donde luchen (da igual que sea en Cuba, Colombia o Palestina). Lo primero es irremediable, lo segundo es bastante entendible y lo tercero creo que simplemente es fruto de las frustraciones de nuestra propia historia. Reconozco haber padecido durante años alguno o muchos de estos síntomas, pero los he ido curando (casi todos) gracias a una mezcla del cinismo que da la edad y el conocimiento, el reforzamiento de la importancia del humanismo cristiano como forma de entender el mundo y un borrado sistemático de los granos del pajillerismo paleorevolucionario.
En el conflicto israelo-palestino (por llamarlo de alguna forma) no soy equidistante. Simplemente estoy superado. Como no lo soy en el ucrano-ruso o en cualquier otro, donde la complicada geopolítica requiere de mucho estudio, mucha lectura y mucho sentido crítico. Pero lo que intento no ser es infantil desde el sillón de mi salón viendo la tele y proclamar, cuando han asesinado a cientos de personas inocente e indefensas ¡viva la lucha del pueblo palestino contra el Estado de Israel! ¿es que no hay pueblo israelí? ¿son todos los judios culpables por el mero hecho de existir?
El mundo es complejo. Oriente Medio ni te cuento. Pero ni los islamistas son nuestros amigos ni lo serán jamás, ni Israel es un oasis de tolerancia y respeto hacia los enemigos que le rodean. Pero aquí y ahora, quien ha reabierto la caja de los truenos con un talibanismo que lleva de serie, ha sido Hamás y no lo ha hecho por defender al pueblo palestino (al que imponen su terror allí donde lo gobiernan, empezando por laicos, cristianos, mujeres y homosexuales), sino para desatar el horror y la violencia mutua, en su vocación de expandir su influencia, su guerra santa e imponer la Sharia en todo el Oriente Medio. Su enemigo, el de Hamas, no es el sionista ni el judío (que no es lo mismo por favor). Su enemigo somos todos los que no somos ellos. E Israel, que no me es especialmente simpático desde hace mucho tiempo (pese a haber crecido con la «épica» de los kibutz y el sionismo socialista), vive y se defiende rodeado de ellos.
Desde el asesinato de Rabin hace ya demasiados años, en los dos lados del conflicto han crecido los fanatismos: por el lado palestino, se ha impuesto el horror extremista islámico y por el lado israelí, su democracia pende cada día más del peso de los ultra ortodoxos que propugnan un odio al diferente, al mismo nivel que sus vecinos del otro lado de la alambrada.
El conflicto en Israel y Palestina es de los pocos algo transversales en la política mundial: la extrema izquierda y la extrema derecha (tradicionales) comparten mayoritariamente un odio sistemático al Estado de Israel, mientras que las nuevas derechas son pro israelíes por su rechazo a la influencia musulmana y las nuevas izquierdas (verdes o post socialdemócratas) por su occidentalismo y liberalismo. Las izquierdas y derechas clásicas europeas (España en el caso de la izquierda es una excepción) siguen proclives al Estado de Israel aunque defensoras de la (lejana o imposible) solución de los dos estados.
Solo una (otra) apreciación muy personal: lo de salir a la calle con banderas palestinas (y tiene huevos… alguna arco iris) horas después de ver matar en su nombre a cientos de mujeres y niños, sin tan siquiera esperar a que la previsible violenta respuesta israelí justificara la protesta, dice mucho de la distrofia moral que sufrimos. No puedo dejar de pensar que hay gente que sigue soñando revoluciones… pero siempre a cientos de kilómetros de sus burguesas vidas europeas.